jueves, 27 de septiembre de 2007
El final del desafío
-¡Ya no lo soportaba más!, con ese aire de suficiencia con el que se sentaba al tablero y me ganaba. No había forma, por más que estudiase o inventase nuevas combinaciones, me ganaba y me ganaba, y no sólo eso, sino que después había que soportar todas sus ironías.
Pero esa primavera, me hice el firme propósito de preparar una trampa que él seguro no podría eludir.
Ya hacía varias semanas que tablero de por medio, no nos habíamos visto y nuestros encuentros se limitaban a casuales saludos por la calle, en donde él siempre ponía su mejor sonrisa socarrona para hacerme ver que yo no podría con él.
Eso sumado a todas las que le tuve que aguantar me fueron convenciendo que tenía que darle el golpe de gracia, ganarle la partida final y asegurarme que nunca más iba a tener que soportar sus insolencias.
Para mediados de la primavera ya tenía la idea perfecta, todo preparado, sólo faltaba la ocasión para llevarla a la práctica.
La ocasión tardó en llegar, ya que mi rival enfermó, luego viajó y el desafío se fue postergando, hasta que un claro día otoñal, por fin, nos sentamos tablero de por medio.
El debe haber olfateado que me había preparado especialmente para la ocasión, porque su gesto adusto y su rostro carente del brillo que le brindaba la alegría de enfrentarme, así parecían corroborarlo.
Nos dimos la mano y con el entrecejo fruncido ambos jugamos con rapidez las primeras movidas, para luego comenzar a lentificar el juego y medir acabadamente las consecuencias de cada uno de nuestros movimientos.
Tres horas después el tablero presentaba el aspecto de las grandes batallas, pocos soldados en pie, los reyes recurriendo a su acción personal para apuntalar la batalla que había sido feroz.
Entonces comencé a poner en práctica mi plan y a jugar para facilitar mis planes, que incidentalmente eran los de él y por primera vez el día sus ojitos comenzaron a saborear lo que parecía mi derrota inevitable.
Pero claro, no se lo esperaba, cuando tomó su rey para dar la estocada final al mío y encerrarlo para que no pudiese accionar, la pieza en su mano cerrada explotó, tal como yo había previsto que explotase mutilando prácticamente su brazo derecho.
Por fin sonreí, por fin me di por satisfecho; esa sonrisa, la sorna, la befa y la ironía nunca más....
Ahora estoy en el penal y de cuando en cuando juego una partida con algún compañero recluso, pero ya toda la alegría que me producía jugar al ajedrez queda empalidecida por aquel gran final de hace ya largo tiempo.
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