miércoles, 31 de octubre de 2007

La mesa vacía

La mesa ubicada en el centro de la sala, quedó vacía. Su paño rojo de tela vasta y gruesa, sucio de puchos y de olores, sus pozos de mil cubiletazos que a esa hora y ese día eran más profundos. Los dados, silenciosos, de los que había que tres o cuatro desparramados sobre la superficie despareja, escapados de su vaso de cuero caído, eran parte de las imágenes que quedaron como mudo testimonio y pintura de una escena ahora triste y sobrecogedora. Uno, ya no era de la partida. El más alegre y expansivo de los miembros de esa pública y secreta cofradía, que todos los mediodía sentaba sus reales para levantar el brazo una y mil veces, tratando que el dado le entregue ese número ganador, no estaba más. Las amigables y ruidosas protestas, eran cosas del recuerdo, nadie se atrevía a romper el fuego, la mesa permanecía tal como había estado el día anterior. Nadie se había atrevido a vaciar los ceniceros, es que todos querían aferrarse al recuerdo del amigo, tampoco quisieron guardar los dados, ni volver a jugar. No se escucha el: - Nabito no metés nada. Me estás dejando solo. Ahora la solitaria es la mesa, que testimonia que el Laucha no está más. La vida se ha llevado su brazo, su alegría, su aflautada y dominadora voz a otra parte, donde tal vez los dados caen siempre del derecho y nunca del revés. Pero él al derecho o al revés siempre estuvo desparramando alegría y bautizando con una apelativo cariñoso a cuanto pibe se le cruzaba en el camino, de esos que llegaban y llegan al vestuario con la ilusión de alguna vez calzarse la camiseta de bastones negros y blancos de Primera división. Pero antes de eso a su turno, supo ponerse la misma camiseta que añoran ponerse tantos pibes, que como él, andaban con la cara sucia, la pelota bajo el brazo, las canillitas flacas y la picardía a flor de piel. Arregló radiadores, armó una familia, se desvivió por Blanco y Negro, alegró las fiestas de El Hinojo, se ganó el respeto de todos. Hoy lejos de las risas y las patriadas delante de cualquier delantero, observa todo con los ojos cerrados para siempre, pero viendo que el presente es parte de su pasado. Hoy la mesa está vacía.

El teléfono del silencio

A los habitantes de este país, parece haberles salido un tumor, ya que a muchos de ellos puede vérseles a la altura de la cintura una pequeña protuberancia, generalmente, negra. Se la ve tanto en hombres como mujeres, no reconoce clases sociales ni profesiones, está presente tanto en el cuerpo de empresarios, maestros, barrenderos, jardineros, desocupados, señoras y señores de la alta sociedad, mucamas, albañiles etc. En muchos casos emiten sonidos, que van desde algunas notas de una composición musical famosa, hasta desacompasados y desagradables timbrazos. Si esto ocurre en un lugar colmado de personas, el 90% de ellas bajan la mano hasta la cintura, descuelgan el pequeño tumor y lo miran azorados, uno de ellos sin embargo será el "afortunado" que lo tendrá en una mano por un lapso mas o menos prolongado, mientras que el resto volverá a depositarlo en su sitio, mientras que aquel tocado por la fortuna, tendrá la oportunidad de hacer publica la mitad de una conversación privada, ya que todos, tanto aquellos que lo tienen, como los que no, harán silencio para escuchar lo que no les importa. Si claro se está hablando de los "benditos" teléfonos celulares que cada vez en mayor medida se van incorporando a las "costumbres argentinas", entonces puede verse de pronto a alguien con una pala en la mano, en medio de un terreno baldío, al cual le faltan cientos de horas de trabajo, muy acaramelado hablando vaya a saber con quien. Bastará también detenerse en un semáforo para ver al automovilista de al lado mirando de reojo, para registrar si alguien lo mira y darse aires de importancia, mientras habla por el celular. Suenan en el silencio de los cines, en las colas de los bancos, en las mesas de los restaurantes, en las tribunas de fútbol, en las canchas de golf, en las camionetas estacionadas, en las casas vacías, en medio de las plazas, en el momento crucial de una conversación, en la solemnidad de las misas, en el recogimiento de los cortejos fúnebres, en medio del beso apasionado. No respetan nada, suenan y suenan, son como los ruidos de panza, no se sabe de quien son y si bien nadie deja de reconocer la utilidad que prestan, no se entiende de que sirve que en medio de cualquiera y de tantas otras circunstancias no enumeradas haya gente que llame, para preguntar cosas que bien pueden esperar minutos, horas o días. De que sirve que en el medio de un almuerzo, suene el celular y se deba atender a alguien que bien pudo haber esperado para resolver su problema, mientras que en el plato se enfría irremediablemente el alimento y la comida queda definitivamente arruinada. En el diario caminar, se ha podido observar a parejas en un almuerzo supuestamente ¡íntimo, donde ambos teléfono en mano y al oído, conversan con terceros, a personas hablándose a escasos metros unas de otras, pagando por algo que bien pudiera evitarse. La necesidad de sentirse cerca de los otros se viste de mil formas, pero la urgencia de comunicarse, a veces estropea la vida de los otros y ni hablar de los dolores de estomago que produce leer el monto de la última factura, o la frustración de tener un aparato que no comunica porque la factura está impaga. La cuestión no tiene solución, los celulares se meten cada vez más y más en la vida, el stress le seguir a los habitantes de esta tierra hasta los lugares más recónditos, pero seguramente el apagar el celular por unas horas y hacer que los problemas se posterguen por un breve período producir la ilusión de que todo está bien, ya que mientras dure ese silencio las estrellas seguramente no se apagarán. Pero la cosa no concluye allí, cada vez más en el afán de abaratar el chiste han surgido los mensajes de texto. No molestan, son privados, pero si producen cosas. Gente que e4stá conversando y de pronto saca el aparatito, lo abre, se sonríe de forma enigmática, tipo La Gioconda, para durante varios minutos de prestar atención y devuelve el mensaje. Claro que al retomar la conversación el tema que parecía interesante, despareció de la escena y de la mente y lo que supuestamente era una charla animada, termina con un silencio incómodo.

viernes, 19 de octubre de 2007

Tipos molestos

Hay una cantidad de situaciones y personajes que merecen algún tipo de reflexión, ya que uno se topa con ellos a cada paso y a cada instante y forman parte de un estereotipo del que generalmente no se evaden, porque son en definitiva víctimas de su forma de ser. Lástima, que en su relación con los demás, terminan victimizando, pues no son lo que precisamente se podría definir como encuentros agradables, pero tampoco como demasiado desagradables, mas bien se diría molestos. Con la intención de poner a consideración de los demás estos personajes, permítanme señalar algunos de ellos, recreando situaciones posibles. Uno está en un restorán, pidió un bife de chorizo, que tarda como media hora en llegar, tiempo en el cual uno por anticipación se imagina comerlo calentito, cocinado a su punto justo, con puré, un vinito de los más o menos buenos para complementar. Llega el ansiado bife humeando, te lo sirven en el plato, le ponen una salsita, agarrás el cuchillo y el tenedor, cortas el primer pedazo te lo estas por llevar a la boca y justo se aparece él, mezcla rara de boludo con tarado. - ¡Hola como te va?, te pregunta, te paras le das la mano, mientras que con la izquierda tenés la servilleta. El tipo te empieza hablar de sus negocios, de su familia, de sus enfermedades, de la política, de los colectivos, de las vacaciones, de la amante, de la mujer, de los novios de las chicas y te das cuenta mirando de reojo, que el bife se enfría, que el puré también y el otro que sigue y sigue. Cuando al fin se va, lo único que queda es pagarle el mozo, irte con bronca y con más hambre del que llegaste. Algunos de estos tipos, tienen la costumbre de molestar de otra forma, no te arruinan la comida pero te hacen dar caminatas que ni te la soñabas. Los encontrás en la calle. Para hablar con vos, se ponen a 10 centímetros de la cara y vos primero educadamente simplemente arqueas el torso para atrás, tratando de que no te bese, pero el tipo acompaña el movimiento y la distancia es invariable y encima está más cómodo. Entonces pensás, bueno doy un pasito para atrás, pero el efecto dura lo que tarda él en dar el mismo pasito para adelante y la secuencia se repite una y otra vez, tantas veces que perdés noción de la distancia. Cuando al fin se despide, te das cuenta que caminaron dos cuadras. También está el otro que cuando conversa con vos te toca la mano para acentuar sus dichos. Te las toca tantas veces que te cansa, entonces bajas las manos, pero ahora te toca los brazos. Escondes los brazos en la espalda y te toca los hombros, en fin te da una franela de aquellas y vos lo único que podes hacer es rogar porque la conversación sea corta. Hay muchos mas, los que hablan a los gritos cuando estas a medio metro, los que miran para cualquier lado cuando les hablas y no sabes si te registran, los que llaman por teléfono cuando estás hablando con ellos, los que se rascan la cabeza con el tenedor, los que comen con la boca abierta y hacen ruido, en rigor hay cientos, pero basta este botón para muestra y si los padeciste, mala suerte, yo también.

sábado, 13 de octubre de 2007

La radio

La radio supo ocupar espacios muy importantes en la vida de los hogares, no hace tanto de esto, de una manera parecida a lo que lo hace la televisión en estos días. Hoy la radio se escucha de mañana y para enterarse de las principales noticias y la actualidad y existe en ella poco lugar para la imaginación, a pesar de que sigue habiendo misterio en aquello de escuchar las voces. Pero en épocas en las que no había televisión o la que había se limitaba a un solo canal que se veía en algunos hogares de Buenos Aires, la radio ocupaba lugares de relevancia. La ficción de las radionovelas, antecesoras de la telenovelas, los programas de corte cómico, loa musicales, los que abundaban por las noches, los noticieros, la publicidad en vivo, era lo que podía esperarse saliendo de un receptor. Delante del receptor de radio se ubicaban las familias y con la misma unción que se atiende un programa de TV se escuchaba un programa de radio donde todos en silencio seguían las alternativas de lo que se transmitía y hacía que la imaginación volase detrás de las aventuras del Leon de Francia, de los Pérez García, del Felipe de Luis Sandrini, de la Catita de Nini Marshal, de los devaneos amorosos de Oscar Casco, de la música de las orquestas y cantores de tango, jazz, o folclore, todo estaba en la radio, todo llegaba a través de gigantescas antenas, que en su mayor parte eran largos alambres colgados sobre dos palos en un eje norte sur, de manera de recibir las emisiones que en esta zona llegaban desde el Este, punto donde se ubica la ciudad de Buenos Aires, la fuente de todas las emisiones. Uno en ese entonces empuñaba espadas, se enamoraba, se enojaba con los malos, tomaba su parte del lado de los buenos, se ponía en la punta de la silla esperando que el genio que contestaba en Odol Pregunta ganase, (este programa se transmitía en duplex con la TV), Los domingos al mediodía era tiempo de escuchar la Revista Dislocada o Telecómicos, por la noche temprano venía Tatín de la mano de Tato Cifuentes, Tito Gómez, “Cordobés y Conscripto”, estaba al mediodía. También era posible escucharlo a Juan Carlos Mareco Pinocho, a Antonio Tormo, a la Cranioteca de Los Genios, a Isabel Marconi, a los noticieros cada media hora, al fútbol de Fioravanti, Cafarelli, Muñoz, Lalo Pellicchiari. Aróstegui, a la campaña de Boca Juniors con Alfredo Curcu, Rombys y Francis, a los comentarios de Enzo Ardigó y tantos otros que dejaron huellas indelebles. El tiempo fue cambiando las cosas, la música en vivo fue dejando lugar a las grabaciones y apareció Hugo Guerrero Marthineitz a revolucionar los programas de radio con su Show del Minuto y su “otro clavó la sintonía en Radio Belgrano”. Pero los cambios siguieron y la música pasó a ocupar un lugar secundario y cada vez más la actualidad y la voz hablada comenzó a prevalecer y la música se mudó a la Frecuencia Modulada y en tanta las AM que llegan a todo el país traen la permanente información, opinión y comentario y con ello ocupan la escena. Antes la radio, se escuchaba en silencio, hoy solo se la atiende de a ratos, y la tele sigue cada vez desplazándose en los lugares de la radio, pero esta no deja de tener ese misterio, esa cuestión de obligarse a pensar que hay detrás de cada voz, de cada comentario, de cada enojo, de cada risa, de cada llanto y en síntesis en cada pedazo donde late la vida.

miércoles, 10 de octubre de 2007

Las alas del loco Perico

Perico transitaba las calles con los brazos abiertos siempre, al trote o corriendo y aleteando como si quisiera elevarse del piso. De pronto se detenía, bajaba los brazos, fijaba sus ojos en el cielo y las aves de majestuoso vuelo con sus alas extendidas, se quedaban prendidas en su mirada. Momento este en que los muchachos del pueblo se le acercaban para herirlo con sus crueldades. «Te presto alas», «Correlo que lo alcanzás». «Comprate un avión». «Subite a mis hombros que te llevo». Alguno más dañino se entretenía en darle algún empujón, con la intención de que se caiga y bajarlo de su eterno vuelo de chiflado feliz. Siempre cerca estaba Juan Verseseroi, que sonriendo contemplaba la escena de las pullas de aquellos que no toleraban la felicidad del pobre loco. Verseseroi en cambio era el único que en los pocos momentos de lucidez de Perico, era capaz de acercarse y hablarle de cosas de la tierra, de sus sentimientos, de sus sueños y de las sensaciones del vuelo. Hasta que como siempre ocurría, al loquito se le extraviaban los ojos clavaba la vista en el cielo, poniendo abrupto final a la conversación, extendía los brazos y corría persiguiendo al aguilucho, al chimango, al gavilán, al gorrión, o a la paloma que acertase a pasar cerca. Si algo podía decirse de la relación entre Juan y Perico, es que lo de ellos se parecía mucho a la amistad. De todas formas, esta relación, a la muchachada ruidosa y zumbona de la esquina, no le caía bien, por lo que Verseseroi, pasó a ser también víctima de crueles bromas. Avioncitos de papel le solían tirar a la cabeza. A su paso también solía saltar el ñato Rondanez desde la vidriera de donde se ubicaba en la reunión esquinera. Quedaba cara a cara y haciendo el ruido de un motor, los brazos extendidos y cuidando de que mucha saliva saliera de entre sus labios apretados, se entretenía en mojarle la cara a Juan. Juan sin embargo no respondía a las agresiones, simplemente sacaba un pañuelo del bolsillo, se secaba, empujaba al ñato con firmeza y seguía su camino. A veces aparecía Perico volando, daba tres vueltas en torno a Verseseroi a manera de saludo y luego continuaba, con los brazos abiertos, su vuelo de pájaro terrestre. La amistad de Juan y el loco sin embargo a veces sacaba algo de lo peor de ambos. En el loco alguno de sus enojos y en el otro alguna cuestión ligada a la perversidad. Tanto que Juan un día le dijo a su amigo, si querría realmente volar él lo llevaría a un lugar con alas y entonces se podría reír de todos aquellos que lo molestaban. Verseseroi puso manos a la obra, preparó par de chapas de techo, con varias cintas de cuero atravesadas, también realizó con el mismo material unos pequeños almohadones en uno de los extremos de cada una. Las probó le gustó lo que había hecho y salió a buscar al loco que como de costumbre estaba volando. Le costó bajarlo de su ilusión para interesarlo en el vuelo en serio. Se fueron a la plaza, entraron a la iglesia y comenzaron a subir el campanario. El negro Perdiaces los vio y salió corriendo a buscar al ñato y a los demás muchachos, gritando, «el loco y Verseseroi se tiran del campanario. Van a volar». Los amigos llegaron a la punta de la torre se asomaron a la ventana y vieron que ya algunos de los de la esquina estaban cerca. - Mirá Perico, cómo nos vamos a reír de ellos. Vos vas a volar de verdad. El loco no lo pensó demasiado, abrió los brazos, dejó que su amigo le ajustara el zinc, probó las alas y casi enseguida saltó del campanario. Los muchachos que ya estaban en la vereda de la iglesia salieron corriendo hacia la plaza no sea que les aterrice encima. El loco aleteó una vez, aleteó dos, el aire le plegó alas y brazos hacia arriba y el vuelo se transformó, en el planeo de una plancha, directo hacia abajo. En medio del estrépito del metal con el duro cemento de la calle, terminó el único y crucial vuelo de Perico, con un golpe espectacular que lo dejó tendido de cara al cielo. Los esquineros que habían puesto unos treinta metros entre ellos y la iglesia, cuando vieron al loco en el piso salieron corriendo espantados, silenciosos y demudados. Verseseroi desde arriba sonreía. El padre Roberto sobresaltado por el bochinche se levantó presuroso de su siesta para encontrarse con el pobre Perico hecho una bolsa en el piso. El cura dudó entre rezar o buscar al médico. Optó por lo segundo entendiendo que también tendría tiempo para orar por el pobre mal herido. El viejo Hipólito de las Flores salió casi enseguida de haber recibido el aviso del cura y llegó hasta los despojos de Perico, para comprobar que todavía respiraba. Mientras tanto Perico comenzó a sentir que le crecían alas de verdad, sentía que se elevaba, comenzó a oír las sirenas de la ambulancia, y pensó que se trataba del bramido de mil vientos. Cuando lo subieron el estrépito de la sirena casi no le dejaba pensar y se dio cuenta que a sus espaldas le habían salido grandes y poderosas alas con un plumaje de mil colores. Las probó y tras batirlas tres veces, comenzó a sentirse transportado en el aire. La ambulancia que abandonó, quedó delante en su alocada carrera hacia el hospital. Se levantó en el aire de nuevo, lo encontró a Verseseroi en el medio de la plaza desconsolado, se posó a su lado y le dijo: «no llores amigo estoy volando». Cuando levantaba vuelo otra vez, encontró a los esquineros volviendo del susto para ver el sitio del porrazo, les pasó volando al lado, les echó una ráfaga de viento y se fue. Arriba, se encontró con las golondrinas que lo invitaban a ir al norte, con las palomas que le pedían compañía para llevar la correspondencia, con los gorriones que le invitaban a comer al trigal, con los gavilanes que le prometieron enseñarle a planear... El loco volaba y volaba, ya nadie le molestaba, ya nadie le empujaba, pero Verseseroi estaba mal, por más que Perico le aseguraba a diario que el estaba bien. Entonces un día lo tomó de la mano y se lo llevó a volar. Verseseroi ese día también aprendió a sentir lo que sentía el loco. Los esquineros en tanto, recuperaron su habitual cotilleo y estado de ánimo. No se habló más del asunto. El fino Gustroche, como siempre dio la nota final preguntando: ¿Estaban los dos locos?. Sólo carcajadas fueron la respuesta.

sábado, 6 de octubre de 2007

La escopeta y los guantes

La orden del patrón había sido terminante. Hecha en voz tonante, de manera que pocas dudas le cabían, de nada le valdría regresar sin los elementos por él pedidos. Sabía, pese a que hacía apenas tres días que trabajaba con él, que era inflexible en eso de pedir cosas y pretender que sus deseos se cumplan de inmediato, sin chistar y pobre de aquel que no cumpliese.
Oscar, por ello, salió decidido del taller a buscar lo que se requería. Emprendió la caminata con entusiasmo. Salir le permitiría al menos, estar un tiempo sin hacer demasiado y acaso mirar las chicas que a esa hora solían ser muchas las que transitaban por las calles de la ciudad. De todas formas sabía que había que hacer las cosas rápido. Caminó las diez cuadras que lo separaban de la carpintería en la que descansaban los elementos pedidos por el temible Juan Carlos. “Señor vengo a buscar estas cosas”, dijo al tiempo que depositaba en las manos del carpintero el papel con el encargo. El artesano se rascó la cabeza, miró el papel y le dijo: - Mirá, hace un rato vino el herrero Antonio, y se los llevó a su taller, tenía utilizarlos para medir una cuchilla de arado que estaba descalibrada. El entusiasmo de Oscar sufrió un leve golpe. Aún más sabiendo que la herrería no estaba precisamente a la vuelta de la esquina, sino que debía cruzar la ciudad en sentido inverso al que había venido, pasar a media cuadra del taller de Juan Carlos y correr el riesgo de que lo vieran. Seguro una monserga le estaría esperando, por lo que optó por alargar el camino y pasar algo más lejos de lo de su empleador. Al fin, un poco más de caminata le vendría bien. Emprendió nuevamente la marcha con paso firme, decidido a encontrar lo que de él se esperaba y llegar al fin con la orden cumplida. Mientras caminaba, se regodeaba pensando en que cuando apareciese en el taller con el encargo, recibiría al menos una sonrisa. Las 20 cuadras sumadas a las 10 anteriores hicieron su trabajo sobre los pies de Oscar, cuyo entusiasmo comenzaba a sufrir algunos embates. Repitió la escena de la carpintería ante Antonio. El hombre se llevó la mano a la boca para interrumpir lo que parecía un bostezo, al tiempo que en sus ojos se prendía una chispa de picardía. - Mirá, hace un rato terminé de usarlos y se los mandé a Virgilio que los precisaba para tornear el eje de un acoplado. Oscar no lo podía creer llevaba 30 cuadras encima y ahora los dichosos artefactos se alejaban a unas 40 del lugar en que estaba. Empezó a maldecir el haber dejado la bicicleta en su casa, que le quedaba igual de lejos que la tornería y encima muy fuera del camino. Antonio se disculpó ante el joven, diciéndole que si hubiera sabido que Juan Carlos necesitaba las cosas no se las hubiera mandado a Virgilio. Oscar sacó las cuentas: -30 cuadras que llevo hechas, más cuarenta que son las que debo recorrer ahora, más 20 que significarán para volver al trabajo … Le llevaba la cifra a una bonita suma de 12 kilómetros de caminata. Calculó también que el hombre caminando recorre unos cinco kilómetros a la hora, lo que significaban dos horas y fracción de darle duro a las desparejas veredas de la ciudad. En este caso además había que sumarle el cruce de las siempre peligrosas vías del ferrocarril, y las largas cuadras por una avenida con pocas veredas y gente con caras de pocos amigos. La empresa sin embargo no le pareció demasiado riesgosa, si tenía en cuenta que podría llegar a perder el empleo. Para cuando llegó a la tornería, estaba cerrada porque ya era hora de almorzar. Oscar se encontró con la puerta con llave y sin el dueño del taller, lejos de todo y con la orden aún repicando en su mente. No se atrevió a otra cosa que esperar. Resignado, se sentó a la sombra de un árbol que le proporcionó un poco de alivio a su, a esta hora, maltrecho ser, eso sumado al hambre y la sed. Aprovechó también para frotarse un poco las adoloridas piernas. En eso estaba cuando de pronto cayó en la cuenta de un cartel en la puerta de del taller, que anunciaba que el local permanecería cerrado hasta el otro día. Lo que parecía sencillo, de pronto se había convertido en complicado, luego cansador y ahora imposible. A Oscar se le empezaron a caer los pocos hilos de su autoestima y además debería volver a lo de Juan Carlos y explicarle el fracaso de la misión. Seguramente derivaría, cuando menos, en un reto, o peor la pérdida del trabajo que tanto le había costado conseguir. El futuro no parecía ser muy halagüeño. Mientras emprendía el regreso a su destino fatal, Oscar comenzó a sentirse mal …, decididamente mal. Le dolían las piernas, los pies, los tobillos y el cuerpo parecía negarse a recibir ordenes y en vez de caminar hacia delante, parecía empujarlo hacia atrás. En el regreso no se dio cuenta que cerca de él pasó la camioneta de su empleador, con sus compañeros de trabajo. Lo miraron sonrientes, por su estado tan lamentable y a pesar de ello no se detuvieron, ni le ofrecieron llevarlo. Oscar caminó y caminó, hasta que al fin, casi desfalleciente llegó al taller de Juan Carlos, que extrañamente lo esperaba con una vaso de gaseosa, un sándwich y una sonrisa. Cansado asustado, no atinó a preguntar las razones de tantas atenciones. Comió en silencio, cabizbajo mientras el resto de la gente se afanaba en lo suyo. Cerca de la hora de cierre Juan Carlos reunió a todos y los arengó. - Esta mañana me uní a ustedes para hacerle una broma a este joven. Saben que esta broma padecieron casi todos los que están aquí cuando entraron como cadetes”. “Todos salieron a buscar la escopeta y los guantes y la mayoría de ustedes luego del primer fracaso, algunos del segundo, volvieron aquí con las excusas a flor de la boca, para decirme que no habían podido encontrar lo que yo les pedí. Oscar, sin embargo estuvo caminando casi todo el día, y de no ser porque Virgilio se había ido, aún seguiría buscando, con el tesón que muchos de ustedes no tienen”. “Obviamente que se necesita algo más que determinación para cumplir con lo que se les pide, pero lo de Oscar hoy, ha sido un a lección que todos debemos aprender, razón por la cual, mañana que es viernes tenés el día libre y el sábado por la mañana también es tuyo. Pero no creas que por esto tenés el derecho a no venir más, el lunes, cuando vuelvas vas a dejar de hacer mandados y te voy a poner a trabajar en cosas más útiles. Esta es la última vez que alguien que entra a este taller sale a buscar la escopeta y los guantes. Al respecto Oscar te explico que todos, de casi todos los talleres de la ciudad, alguna vez salimos a buscar esas cosas y todos debimos caminar mucho de gusto, pero ninguno hizo lo que vos hiciste. Por eso este premio y esta lección nos viene bien a todos”.

martes, 2 de octubre de 2007

Me crié en la inmensidad del verde

Por qué será, las cosas comienzan de la manera mas impensada y después uno padece sus consecuencias, las que sin duda no había imaginado. La cuestión que una persiana deteriorada echó a rodar la necesidad de tratar de componerla de alguna manera. Pero claro, una ventana vieja, chiquita, que da poca luz no es la mejor idea para mi, que nací debajo del sol de octubre y me crié en la inmensidad verde del campo.
¿Si colocamos un bow window?. Fue la idea puesta a consideración al calorcito del fuego del hogar, que calentaba un invierno de esos de antes: !Porque los de antes eran bravos! ¿Viste?. Pero como no tengo muchas ideas de cómo hacerlo, sugiero que deberíamos consultar a la arquitecta que vive a dos casas de la mía. - Mirá queremos mejorar la ventana y con ello mejorar la luz que entra al living. Tiranos algunos proyectos. María Inés, así se llama la arquitecta, dos días después se apareció con tres papeles prolijamente dibujados en los cuales había otras tantas ideas. Luego de un minucioso estudio, elegimos uno que nos brinda la posibilidad de tener toda la luz que produce el sol desde el Este al Norte. Elegido que fue, el arreglo de la ventanita se ha convertido en un proyecto que requiere desarmar una deteriorada despensita, extender la losa del techo, extender el cielorraso, hacer una nueva pared, colocarle las nuevas aberturas, voltear otra, colocar un par de vigas, cambiar el piso, pintar o empapelar todo de nuevo y ya que estamos reformamos el hogar le colocamos un recirculador de aire. También le vamos a poner nueva línea de enchufes de manera que: la tele, el DVD, el centro amplificador, la radio, y cuanto aparatito de electrónica figure por allí pueda, ser enchufado sin tener que recurrir a injertos y odiosos alargues. También le vamos a colocar nueva iluminación, de forma tal que podamos dividir el ambiente y crear distintos climas, de acuerdo a cada circunstancia. El plano nos muestra una casa soñada, una vista al jardín, que es bien grande y tiene mucho verde y además da sensación de infinito, porque las medianeras están cubiertas de plantas y los ladrillos no se ven, en síntesis, estamos frente a un lugar idílico. Pues bien, ahora hay que buscar albañil, que cobre razonablemente, que sea prolijo, que sepa entender, lo que se le dice y que nos deje la casa, de acuerdo al plano que le presentamos. Llamados, presupuestos varios, excusas remoloneos, que no estaba que no vine, que no tuve tiempo. Al final llegaron dos presupuestos, y como en toda buena administración tomamos el más económico, de una persona que nos merece confianza. ¡Que lindo! Al fin el sueño se empieza cumplir. Una semana de espera, dos semanas, a la tercera se llovió todo y apareció el hombre a decirnos que se iba a atrasar, por motivos más que comprensibles y valederos, pero que a la hora de acostarse y mirar el techo producen ese pensamiento que nos atenaza a todos de vez en cuando: !Que suerte de mierda la mía!. Paso la lluvia, paso una semana, empezaron a pasar dos, y: ¡Este piojoso que no viene!. Al fin telefonazo mediante nos dice que el socio se enfermó y que debe buscar otro. “Ta bien te entendemos” (pero la re que te parió porque no nos avisaste), es lo que no decimos pero pensamos. Al fin llegó el gran día a las 8 de la mañana un lunes suena el timbre. (¿Quién será el boludo que toca timbre a esta hora?) - Pa es el albañil, andá abrile. -Que venga otro día - El albañiiiiiiil, me chillan al oído. Me levantó, me tropiezo como todas las veces que me levanto alunado con cuanta cosa que esta en el camino, pero en el mismo lugar desde hace siglos pero que nunca registro. - Buen día. Suena la voz cantarina del hombre que me saluda y que deja ver detrás una camioneta cargada de cosas que se sobrepasan como dos metros por encima de la caja. (¿Este me va a tirar la casa abajo?). - Pará que te abro, alcanzo a decir, en un idioma muy parecido al castellano, que: ¡o sorpresa!, el hombre entiende. Todavía con un ojo cerrado abro la puerta del garage, me meto de nuevo a la casa y me tiro en la cama, con idea de seguir disfrutando de mi sagrado lunes de descanso. Ojo yo trabajo los domingos, para que ustedes los lunes puedan leer el diario. Peregrina idea la mía. Un amabilísimo codazo y un desagradable graznido que no se que palabra articula, pero que si se que significa, me hacen ponerme de pie, sacarme el pantalón que me había puesto de emergencia y sin calzoncillos y me visto, como de costumbre en estos casos, no alcanzo a ver que me pongo una media blanca y otra negra. La cuestión es que pongo a calentar agua para el te de mi desayuno, pero nada, pronto empieza el hombre a bombardear con preguntas, las cuales no tengo idea de cómo contestar. Solo alcanzo a decir una y otra vez: Que se yo. No se. No tengo idea. Pero bueno tengo al fin una idea para aportar: - Voy a buscar a la arquitecta, digo orondo. Como de costumbre cuando uno busca a las personas, éstas no están en el lugar donde deben estar. Vuelvo a casa con las manos vacías y sin posibilidades de responder nada. De nuevo me pongo interpretar un plano, para ver si mi ciencia alcanza a iluminar una buena respuesta para el hombre. Tarea difícil si las hay, porque ni siquiera se leer el plano de una covacha, menos las indicaciones de algo tan claro y prolijo, que incidentalmente es mi casa. De pronto para mi mal herido orgullo y escasa ciencia, se aparece, como traída por el viento, la arquitecta con una gran sonrisa y ganas de trabajar y con la posibilidad de responder a todas las preguntas. Eso me da tiempo para templar mi estómago vació con una taza de te frío, pero no porque sea un devoto del te frío, sino porque se enfrió aburrido de esperarme. Pero bueno, el día pasó. La casa está llena de tierra por donde se la mire, todo lo que se toca, come o huele tiene tierra y eso que los albañiles no tocaron nada dentro de la casa. Afuera el paisaje cambió drásticamente, esta lleno de andamios, maderas, tablones, fierros, martillos, mangueras, escombros y apenas si han demolido una mínima parte de lo que tiene que tirar abajo. Un mes de esta tortura o más, vamos a tener. Pero ya se no me digan nada, la culpa la tengo yo, porque al final nací debajo del sol de octubre y me crié en la inmensidad del verde.