jueves, 8 de octubre de 2009

Las tribulaciones de un argentino maltratado

La magia de importar, las delicias de ser, el orgullo de pertenecer. Ser importante y orgulloso habitante y ciudadano argentino podría ser también una manera de sintetizar las expresiones que abren esta nota.
Antes de entrar en tema, conviene sin embargo hacer un exordio más explicativo de cada una de las tres adjetivaciones. Ser: puede tener muchas acepciones, pero en este caso está referido al hecho de ser argentino y con ello un sujeto de derechos, a quien el estado le debe muchas cosas, atendiendo a que es útil para todos, por sus aportes en dinero y en su hacer al engrandecimiento y a una mejor manera de vivir para todos. Es por ello que el bienestar de esa persona debe atendido, haciéndole ver que importa, que cada cosa que hace y cada solicitud que deviene de los derechos que adquiere, sean atendidas con prontitud y sin dilaciones y claro el orgullo es consecuencia directa entonces de ser e importar y pertenecer.
Pues bien al grano. Un viajero decidió hace unos días realizar su gestión de un pasaje por medio de Internet, cuestión que solo requiere estar registrado en la página de la empresa que vende los pasajes y tener una tarjeta de crédito para que se descuente el importe del pasaje, pero a pesar de que la operación fue aceptada, el boleto que habilita el ascenso al medio de transporte no aparecía.
La misma página web, sugería hacer los reclamos por medio de una llamada telefónica, pero el llamado es atendido por una máquina y a pesar de que se ingresó en la opción para ser atendido por una persona, nadie apareció en la línea, ni en el primero, no el el segundo, ni el tercer, ni en el enésimo intento. El dinero descontado, la operación validada pero del boleto ni noticias. ¡Qué maravilla la tecnología!
Hay que viajar esa noche de Buenos Aires a Coronel Suárez, el pasaje está pago, pero este brilla por su ausencia. Hay que encontrar una alternativa. Subirse a un taxi e ir a alguna ventanilla de la empresa boletera, ubicada a más de una hora de viaje desde donde se realizó el trámite. Al menos después de llegar al lugar en un día tan caluroso y húmedo, donde no se soporta ni el abrigo del reloj, el sujeto se encara con alguien de piel y hueso, dispuesto a atender el reclamo.
Una joven muy paciente y comprensiva, una vez de planteada la inquietud se pone en contacto, vía Messenger, es decir utilizando la web con alguien que uno no ve. Después de un rato de diálogo entre ambos miembros de la empresa, el atribulado pasajero recibe por respuesta, que debe comunicarse telefónicamente y hacer el reclamo. ¡Ah bueno!, círculo cerrado a la perfección, teléfono que no contesta, mostrador que atiende y a teléfono que no contesta.
Señorita: la razón por la que estoy haciendo el reclamo ante usted, es porque el teléfono no responde. Por favor resuélvame el problema, que yo tengo que viajar esta noche, el dinero lo cobraron y mi asiento está reservado, pero no tengo boleto.
Arguye plañidero el viajero, a esta altura un desesperado viajero sin boleto.
Nuevos diálogos. Nueva respuesta sugiriendo nuevamente la utilización del teléfono. A esta altura dan ganas de llorar, de convertirse en el Increíble Hulk y romper todo, pero la joven que atiende obviamente no tiene la culpa, entonces se abren y cierran los puños impotentes. Nuevo diálogo cibernético. Nueva respuesta, esta vez señalando que en la página de la empresa hay un link para reclamos.
Evidentemente hay que resignarse. Entonces se envía el dichoso pedido, y se le indica a la señorita para que le diga a su interlocutor que el trámite ha sido formalizado. ¡Muchas gracias señorita ha sido usted muy amable! ¿Qué más se puede decir, antes de emprender la retirada?
Cuestión que media hora más tarde el reclamo fue atendido y apareció el dichoso pasaje, pero para que eso ocurra hubo que al menos perder tres horas, entre viajes, palabras y demás. Dicho de otra forma una tarde perdida por un trámite que debiese durar como mucho diez minutos. De todas formas el pasajero arrepentido de sus malos humores tras la solución del problema le obsequia un chocolate a la atenta joven de la ventanilla. El viaje se concretó en paz y con mucha comodidad. Si usted amigo lector se puede imaginar la tensión y la impotencia que produce esto, no se asuste; hay más.
Ocurre que el viajero en cuestión debe hacerse, ya en Coronel Suárez un chequeo de salud por un cuadro de hipertensión, que el atribulado viajero no sabe a qué se debe. ¿Tendrán que ver algo cosas como la relatada?
El médico de cabecera hace unos días le había indicado un electrocardiograma, una radiografía de torax y un análisis de orina y sangre. Para lo cual hubo de esperar la autorización de la obra social con sede en Bahía Blanca. Varios días después llega la autorización
Los análisis no ofrecen mayores dificultades, ya que el hombre se presentó en un laboratorio donde le dieron un tarrito, para llevar la muestra de la primera de la mañana y listo. Pero las dificultades comienzan de nuevo con el electrocardiograma. El mejor lugar se supone que es le hospital, en la guardia, primer punto donde se pregunta sobre el tema, le envían a la calle Avellaneda, a lo que se llama el edificio de la discapacidad.
Señor aquí tenemos el aparato roto y en la guardia sólo se atienden emergencias.
Tranquila señorita que después que me muera vengo.
Señor no me ataque.
Deme una solución por favor, usted no me puede responder de esa forma.
Puede hacerse el electro en un consultorio particular.
Gracias señorita, pero eso debió decírmelo en primer lugar. Usted me tiene que dar soluciones no presentarme sus problemas.
El chiste de esta solución, a la que debe recurrirse obligadamente, es que hay que sacar una orden para el médico, la que obviamente no es gratuita, no es mucho lo que hay que pagar, pero no es gratuita a pesar de que puntualmente la obra social descuenta el 3% del sueldo.
Tras ello entrada triunfal al Instituto Radiológico. La empleada tras un breve estudio de los papeles informa:
Señor este Instituto no atiende a su obra social.
¿Eh? ¿Qué hago?
Vaya al Hospital.
No tiene un chiste mejor que ese. En el Hospital están de huelga y sólo atienden urgencias
Nosotros no atendemos esa obra social
Salida a la calle, abrir y cerrar los puños y a encararse con el delegado gremial, que para eso está.
Dejame que llamo a Bahía y te cuento.
Horas más tarde:
Te tienen que atender, la obra social dice que está al día con los pagos.
Vuelta el Instituto:
Vengo por lo de hoy. Dice la obra social que está todo en orden y que me tienen que hacer la placa.
No
No
Sí.
Nosotros no podemos hacer nada, esas son las instrucciones que tenemos, por favor espere al gerente que enseguida viene.
Quiero que me atiendan…
A esta altura de los acontecimientos ya no hay cordura, ni pensamientos positivos, ni contención para la bronca. Pero bueno hay que esperar otra vez.
Media hora más tarde llega el gerente y autoriza la toma de la placa.
Queda lo del electro. Le dan un turno para dentro de una semana.
Esto suena increíble pero es real. No le sucedió a dos o tres personas. Le pasó a una. Tal vez los problemas de este índole sean mínimos y las soluciones llegan. Hay cosas que son mucho más difíciles de resolver, pero cabe reflexionar que si estas tonterías necesitan tantos vericuetos para su solución, que pasaría cuando los problemas sean realmente serios.
Hay que acostumbrase, estas son las cosas que pasan en nuestro país.
Es cierto, pero eso no consuela ni conforma. La gente quiere que las cosas cuando son sencillas, lo sean, para complicarse hay muchas otras cosas. ¡Por favor!
Después de todo no es más que: la magia de importar, las delicias de ser, el orgullo de pertenecer.