miércoles, 12 de septiembre de 2007

Con la boca abierta

Uno de los pasatiempos preferidos en la redacción es el mate, dos veces por día, suele ser el principal protagonista de los momentos de ocio, donde se suele divagar mucho y mentir más aún. Nadie, a diferencia de otros lugares de trabajo, sale corriendo de la ronda en el caso de que aparezca el patrón; se lo invita a compartir la infusión. Además hay una cláusula no escrita del contrato laboral, que expresa que en esos momentos, de trabajo no se habla. Aunque algunos, que nada hacen el resto del tiempo, a veces se les ocurre ponerse a traer alguna pavada que puede reportar algunos miles de pesos. De modo que en esos pocos minutos en los cuales todos están distendidos, casi nada altera la rutina. Sin embargo el viernes 3 de octubre de 2003, acaso por única vez en la historia, la rutina tuvo un abrupto y descomunal cambio cuando recién el mate estaba tomando sabor. Todos encontraron de pronto algo que hacer con súbita e insólita urgencia. Por eso el mate quedó olvidado. El que cebaba dejó caer la pava sobre la mesa, aunque un maniático del orden que apareció un rato más tarde a los gritos reclamaba saber quien era la responsabilidad de “tanto desorden”. Nadie, como es habitual en estos casos, se dignó a responder ni a asumir su “pecado”, ya que todos, tanto el personal femenino como el masculino, estos con muchas más razones para la indiferencia, estaban decididamente con su mente en otra cosa y no era para menos. La rueda de mate había encontrado un final anticipado luego del siguiente diálogo. - Mirá: ¡esa es Cecilia Milone!. Dijo uno, de los más cholulos. No que va a ser. Respondió uno de los más escépticos. Si es. Apuntó un tercero con el mate en la mano y la boca abierta Y era nomás. Venía a buscar un foto de Isidoro Suárez.. Cuando subió las escaleras acompañada de uno de los miembros del staff, el resto pareció transportarse al piso superior por un invisible ascensor. Todos se sentaron en sus lugares, pero en vez de mirar las pantallas de los monitores, observaban a la mujer alta, morocha de ojos vivaces y profundos, vestida con un pantalón jean y una sencilla camisa y la cara lavada. Obviamente todos querían encontrar la dichosa foto del héroe de Junín, pero nadie tenía ni la lucidez ni la inteligencia para recordar donde se podía encontrar una de las cientos de fotos que hay en cuanto archivo que se precie de tal. En la redacción nadie es baboso, pero ese día de haber habido alguien que vendiese servilletas y manteles, se hubiese hecho su agosto en octubre. Cuando al fin alguien pudo cerrar la boca para articular alguna palabra, le sugirió a la actriz y cantante debía posar para una foto. Esperá que me maquillo. Fue su respuesta y minutos después posó para varios disparos del flash y se fue con las manos vacías pero con la promesa de que el fotógrafo la retrataría ante el monumento que recuerda a don Isidoro en la plaza San Martín. Mientras permaneció en la redacción uno le pidió un autógrafo, otro que al fin pudo obligar a sus músculos a obedecerle, le pidió una nota y mientras que otros encontraron que tenían el pelo desprolijo, el cuello de la camisa desparejo, hasta que, así tan mágicamente como había entrado, Cecilia Milone se fue. De tal forma que cuando llegaron los “amables” recordatorios de que el mate no había sido guardado nadie escuchaba, ni lo hubiese hecho tampoco, si los gritos hubiesen sido dados con un sistema de amplificadores. Secuelas quedaron, hubo que escuchar el disco que obsequió durante más de una semana, todos los días a toda hora a pleno volumen, hasta que al fin, la distancia, que todo lo cura hizo su parte para que todos recordasen que había que trabajar.

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