sábado, 25 de julio de 2009

Una aventura en la nieve a bordo de una camioneta

Quien no aspira por lo menos por un rato a convertirse en un aventurero, en recorrer ignotos y difíciles caminos, con destinos inciertos y azarosos, donde el premio puede ser un tesoro o un rescate peligroso a bordo de un helicóptero sacudido por el viento, con una llegada triunfal, puerto seguro con los brazos en alto, recibido por una multitud que vitorea la valentía y el hecho de haber salido ileso de la prueba.

Pues las aventuras son aventuras y pueden presentarse en cualquier momento y los rescates, son sólo rescates y las multitudes que vitorean y saludan solo están en la imaginación o en las películas. Vale sin embargo esta introducción para graficar algunas de las sensaciones que significó para un pequeño grupo de cuatro personas a bordo una gran camioneta con tracción en las cuatro ruedas, al recorrer un camino de tierra, que lentamente se va transformando, de un camino normal, a uno barroso y después a una huella flaqueada por una enorme cantidad de nieve blanca y tentadora.

La fría tarde del jueves fue el momento propicio para emprender junto a tres agricultores vecinos del camino conocido por G8, que preocupados, por la suerte de el personal que cuida sus explotaciones y de sus animales, que tan desconocedores de la nieva como los vecinos de la provincia de Buenos Aires, quedaron librados a su suerte.

Muchos animales pagaron con sus vidas el tributo a su irracionalidad y al desconocimiento de los peligros que pueden estar escondidos debajo de un metro de nieve apilado contra un alambrado. Los humanos en cambio, también ignorantes del peligro, a fuerza de raciocinio y prudencia en su gran mayoría, sortearon con éxito los peligros, aunque algunos debieron ser rescatados de los mares de blancura, so pena de morir congelados.

El camino al principio es muy fácil, requiere apenas el cuidado de no caer en uno de sus muchos pozos, pero a medida que las sierras se van agrandando el camino es más estrecho, la nieve apenas descubre una huella en el medio y el barro exige poner en marcha la tracción integral del vehículo, que sigue adelante con su ronroneo indiferente y tranquilizador.

Sin embargo pronto el barro se va blanqueando y la sensación es la de navegar por un mar de agua blanca y sin oleaje, mientras que cada camino transversal ofrece un panorama espectacular, ya que el viento les pasa por encima, la nieve no se derrite y apenas los alambrados que asoman por encima, son los que delatan su presencia.

De pronto un tractor remolcando una camioneta, para ponerla de nuevo en la huella, pone a los viajeros en la alerta de que las cosas pueden ser peores. La conversación con rescatados y rescatistas ilustra sobre más nieve y caminos alternativos por dentro de los campos, sin mucha nieve pero blandos y barrosos, un terreno mucho más frecuente, más conocido, pero no por ello menos azaroso.

Sin embargo el comportamiento de la F100, la potencia y el despeje del suelo, decide al conductor a continuar por el medio de la nieve y del camino. Un pequeño martillo con curvas a derecha e izquierda en ángulo cerrado, pone de frente a más nieve, aunque el hecho de que sea obligatorio su tránsito, hizo que hayan dos profundos huellas que lleva a la camioneta como si estuviera sobre rieles.

Camionetas abandonadas a su suerte a la vera del camino hacen pensar que la llegada a destino en Santa Clara, sino imposible, al menos muy dificultosa. Así lo confirma Alfredo Clarke, encargado de un campo cercano que montado en un caballo, que se entierra hasta el garrón, a punto de ingresar por una tranquera, relata las vivencias de su recorrido, que puede ser parte de una obligación o por las ganas de andar en medio de la nieve, algo que se puede hacer sólo muy de vez en cuando en esta zona. De él se deduce que cuanto más cerca de las sierras, más nieve hay.

Al fin ya cerca de la meta, poco antes de la bajada de lo que se conoce como la loma de Gómez, la marcha se detiene definitivamente, ya que un tractor que salió desde Santa Clara llegó al lugar, para encontrarse y tomar las vituallas o asistir a la camioneta en caso de que se decida seguir adelante.

Si bien las ganas de los dos ocupantes más jóvenes de la camioneta, Francisco Fernández y Adrián Facal, choca con la negativa de Miguel Fernández que más reflexivo apunta que es mejor tener una camioneta sana que abandonar una rota.

La sed de aventuras de los más chicos, tiene sin embargo otra oportunidad más, se suben al tractor y bajan la loma, hasta auxiliar a un par de caminantes, propietario de una de las camionetas que parecía abandonada, unos pocos kilómetros más atrás.

Quince minutos más tarde regresa el tractor con los cuatro “intrépidos” y es tiempo de dar marcha atrás, hasta un lugar accesible para poner la proa de la camioneta hacia Coronel Suárez. Varias paradas para intercambiar impresiones con otros andariegos y también de ver en un esquinero a varios terneros muertos debajo de la nieve amontonada por el viento. Son apenas unas alternativas de interés, pero el viaje se hace monótono, la nieva va dejando lugar primero al barro, después a la tierra seca y el asfalto pronto saluda dispuesto a dejar que por su cara transite una camioneta que de pronto, un rato antes, decidió dejar su confortable lisura por caminos que son mucho más complicados.