Pero bastaba que el sol tocase el horizonte para que José comenzase a mover su cuerpo y pasaba a una vigilia plena. Si el teléfono sonaba lo atendía al primer llamado, la puerta permanecía abierta y quien quisiese ir a verlo solo tenía que entrar a la casa.
Después salía, comía algo en un pequeño bar y comenzaba el periplo de todos los días, visitando siete locales nocturnos distintos de los más de treinta de los que era cliente. En algunos tomaba vino, en otros café, en otros nada, pero el alcohol siempre estaba cerca, tanto que cuando comenzaban las primeras luces de la mañana, hora en que volvía a su casa, si no estaba borracho, tenía algunas dificultades en el habla o andaba con paso vacilante.
Entraba la casa, cerraba la puerta y hasta la noche no se volvía a saber de él. Que hacía en las horas de luz; un misterio total. A pesar de que nunca se lo veía comprando, a su casa llegaban todos los días los pedidos de vituallas que hacía por teléfono.
Así como era su actividad era el. Se vestía siempre con un traje gris manchado por las mil y una noches de su nocturna vida.
Al barrio había llegado sin que nadie se diese cuenta. Un día a la vieja casa llegó una camioneta con algunas cosas, los de la mudanza amontonaron unos pocos muebles adentro y tan rápido como habían llegado se fueron.
A los tres días llegó José, pocos lo vieron porque llovía. Pero los que notaron su llegada aseguran que tenía el mismo traje gris de siempre, con un impermeable encima, un sombrero y un cigarrillo en la boca.
Esa misma noche salió por primera vez y a partir de allí todas las noches, tanto feriados, días de lluvia, nieve, calor o frío. Nada lo detenía.
El pelo gris sin brillo, los ojos apagados y el humo del cigarrillo que partía de sus labios y permanecía pegado a su rostro, eran su sello de fábrica.
A eso de las nueve de la noche los amigos comenzaban a irse empujados por el dueño de casa que trasponía el umbral y comenzaba, con uno o varios de sus amigos la recorrida nocturna.
De todos los que le acompañaban el "blanco" Coqueino era quien más le frecuentaba. Por eso y por otras cosas el sentimiento entre ambos era distinto, era más profundo.
Bastaba con que José mirase para que el "blanco" supiese lo que quería, y al revés, cada gesto del "blanco" lo interpretaba José en el acto.
Pero así como se conocían en sus aspectos más positivos el "blanco" detectaba las debilidades de José con mucha claridad y sabía que en definitiva era un solitario. Un hombre necesitado de afecto y por eso vulnerable al extremo.
Las pocas veces que alguna mujer integraba la comitiva de José, había sido antes amiga del "blanco". Todas esas pequeñas cosas no hacían más hacer a José cada vez más dependiente de su amigo y sólo éste, alguna vez había podido traspasar la puerta de la casa de la calle Mariuci a la hora del sol.
Los silencios de José eran complementados por la siempre expansiva forma de ser de su amigo, y cuando José hablaba con su voz suave y aguardentosa callaba el "blanco".
Sin embargo esta amistad que satisfacía a ambos comenzó a dejar improntas y ofensas en el resto de quienes le acompañaban en sus recorridos y de a uno fueron dejando de frecuentar las nocturnas rondas y lentamente también espaciaron sus visitas de entre las seis y las nueve a la calle Mariuci.
Nadie podía dudar de la sexualidad de ambos, pues demostraciones de su interés en las mujeres había habido en cantidades, pero miradas cargadas de significado primero, comentarios en voz baja mas tarde y tertulias donde a veces se formaban corrillos comenzaron a poner en duda las inclinaciones de ambos, dándole el rol de pasivo a José.
Nada estaba tan lejos de la realidad, pero los desplantes egoístas del "blanco" y la silenciosa aceptación de José fueron limpiando el horizonte de amigos.
Un día tanta amistad comenzó a desgastar a ambos y de pronto una gran pelea en medio de una de sus habituales recorridos, terminó con ambos yéndose por su cuenta a sus casas.
De golpe José se encontró solo. El teléfono dejó de sonar, por la puerta abierta sólo ingresaba el aire, de todas formas al la noche siguiente inició su recorrido habitual en soledad. Pero rápidamente esa soledad se hizo más opresiva, más sobrecogedora y la única compañía que lograba era un vaso de vino tras otro, un vaso de whisky tras otro.
El regreso a casa fue muy penoso y más tempranero, pero tan penoso que cayó al piso dos cuadras antes de llegar y allí se quedó dormido de inmediato en la húmeda y fría soledad de la calle, hasta que alguien lo vio y llamó una ambulancia que cargó los despojos de José hasta el hospital.
Cuando por fin despertó, casi dos días después de haber ingresado se encontró con una ventana con luz a su derecha, el estómago muy vacío, tenía mucho hambre, le dolía la cabeza y mucha sed.
A pesar del silencio se dio cuenta que no estaba solo, en un rincón Carlina, una de las mujeres que a veces acompañaban al grupo, que sin embargo nunca había demostrado particular afecto por José, que fue la única que, enterada de la desgracia que perseguía al noctámbulo, se acercó para brindarle su apoyo.
Cuando por fin pudo hablar y preguntar que es lo que pasaba, Carlina acercó la silla a la cama y con paciencia y dulzura le fue contando de su última gira.
La conversación atrapó tanto a José como a Carlina. Cuando llegó la enfermera con la medicación de la hora una gruesa atadura de afecto unía a las dos almas.
El regreso a casa los encontró juntos. Y las cosas empezaron a cambiar. Primero la casa comenzó a perder el eterno olor a pucho apagado, platos ceniceros y vasos que siempre estaban desparramados por todos los rincones comenzaron a estar en su lugar. José comenzó a aparecer de día y lentamente el aspecto gris y apagado comenzó a dejar paso a un rostro iluminado y Carlina estaba siempre cerca.
Los amigos de tantas rondas, también de tanto en tanto se le acercaban, pero la mujer se encargaba de hacerlos retroceder y cada vez más la figura de la pareja comenzó a ser habitual y casi como una consecuencia lógica, de esta amistad surgió el amor.
La revelación para ambos llegó un día en que se encontraban en la casa de Mariuci al 300, discutiendo amablemente sobre la mejor salsa para una raviolada para el otro día, cuando un gran silencio se hizo entre ambos.
De pronto comenzaron a mirarse a los ojos. La mirada se hizo profunda, los rostros se acercaron y los labios apenas se rozaron, mandando electricidad del amor hasta lo más profundo. Después de este primer ligero roce el beso se convirtió en un largo y dulce olvido....
A partir de allí lejos quedaron el "blanco", las recorridas nocturnas y todos los días era habitual ver a José caminando bajo el sol, sin el traje gris, sin el pucho en la boca y en su reemplazo había una sonrisa y un rostro con los colores del sol enmarcando su saludable y novedoso ser y al lado la iluminada Carlina acompañaba sus pasos tomándole del brazo.
sábado, 15 de septiembre de 2007
Amigos. ¡Amígos!. ¿Amigos?
Vivía de noche. Era imposible verlo de día. Los muchos amigos que le había dado el habito nocturno, que intentaban llegar hasta con el sol bien alto, por más que se la tomaran a golpes con la puerta, se durmiesen sobre el timbre de calle o se cansasen de hacer sonar su teléfono, no recibían respuestas.
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