miércoles, 10 de octubre de 2007

Las alas del loco Perico

Perico transitaba las calles con los brazos abiertos siempre, al trote o corriendo y aleteando como si quisiera elevarse del piso. De pronto se detenía, bajaba los brazos, fijaba sus ojos en el cielo y las aves de majestuoso vuelo con sus alas extendidas, se quedaban prendidas en su mirada. Momento este en que los muchachos del pueblo se le acercaban para herirlo con sus crueldades. «Te presto alas», «Correlo que lo alcanzás». «Comprate un avión». «Subite a mis hombros que te llevo». Alguno más dañino se entretenía en darle algún empujón, con la intención de que se caiga y bajarlo de su eterno vuelo de chiflado feliz. Siempre cerca estaba Juan Verseseroi, que sonriendo contemplaba la escena de las pullas de aquellos que no toleraban la felicidad del pobre loco. Verseseroi en cambio era el único que en los pocos momentos de lucidez de Perico, era capaz de acercarse y hablarle de cosas de la tierra, de sus sentimientos, de sus sueños y de las sensaciones del vuelo. Hasta que como siempre ocurría, al loquito se le extraviaban los ojos clavaba la vista en el cielo, poniendo abrupto final a la conversación, extendía los brazos y corría persiguiendo al aguilucho, al chimango, al gavilán, al gorrión, o a la paloma que acertase a pasar cerca. Si algo podía decirse de la relación entre Juan y Perico, es que lo de ellos se parecía mucho a la amistad. De todas formas, esta relación, a la muchachada ruidosa y zumbona de la esquina, no le caía bien, por lo que Verseseroi, pasó a ser también víctima de crueles bromas. Avioncitos de papel le solían tirar a la cabeza. A su paso también solía saltar el ñato Rondanez desde la vidriera de donde se ubicaba en la reunión esquinera. Quedaba cara a cara y haciendo el ruido de un motor, los brazos extendidos y cuidando de que mucha saliva saliera de entre sus labios apretados, se entretenía en mojarle la cara a Juan. Juan sin embargo no respondía a las agresiones, simplemente sacaba un pañuelo del bolsillo, se secaba, empujaba al ñato con firmeza y seguía su camino. A veces aparecía Perico volando, daba tres vueltas en torno a Verseseroi a manera de saludo y luego continuaba, con los brazos abiertos, su vuelo de pájaro terrestre. La amistad de Juan y el loco sin embargo a veces sacaba algo de lo peor de ambos. En el loco alguno de sus enojos y en el otro alguna cuestión ligada a la perversidad. Tanto que Juan un día le dijo a su amigo, si querría realmente volar él lo llevaría a un lugar con alas y entonces se podría reír de todos aquellos que lo molestaban. Verseseroi puso manos a la obra, preparó par de chapas de techo, con varias cintas de cuero atravesadas, también realizó con el mismo material unos pequeños almohadones en uno de los extremos de cada una. Las probó le gustó lo que había hecho y salió a buscar al loco que como de costumbre estaba volando. Le costó bajarlo de su ilusión para interesarlo en el vuelo en serio. Se fueron a la plaza, entraron a la iglesia y comenzaron a subir el campanario. El negro Perdiaces los vio y salió corriendo a buscar al ñato y a los demás muchachos, gritando, «el loco y Verseseroi se tiran del campanario. Van a volar». Los amigos llegaron a la punta de la torre se asomaron a la ventana y vieron que ya algunos de los de la esquina estaban cerca. - Mirá Perico, cómo nos vamos a reír de ellos. Vos vas a volar de verdad. El loco no lo pensó demasiado, abrió los brazos, dejó que su amigo le ajustara el zinc, probó las alas y casi enseguida saltó del campanario. Los muchachos que ya estaban en la vereda de la iglesia salieron corriendo hacia la plaza no sea que les aterrice encima. El loco aleteó una vez, aleteó dos, el aire le plegó alas y brazos hacia arriba y el vuelo se transformó, en el planeo de una plancha, directo hacia abajo. En medio del estrépito del metal con el duro cemento de la calle, terminó el único y crucial vuelo de Perico, con un golpe espectacular que lo dejó tendido de cara al cielo. Los esquineros que habían puesto unos treinta metros entre ellos y la iglesia, cuando vieron al loco en el piso salieron corriendo espantados, silenciosos y demudados. Verseseroi desde arriba sonreía. El padre Roberto sobresaltado por el bochinche se levantó presuroso de su siesta para encontrarse con el pobre Perico hecho una bolsa en el piso. El cura dudó entre rezar o buscar al médico. Optó por lo segundo entendiendo que también tendría tiempo para orar por el pobre mal herido. El viejo Hipólito de las Flores salió casi enseguida de haber recibido el aviso del cura y llegó hasta los despojos de Perico, para comprobar que todavía respiraba. Mientras tanto Perico comenzó a sentir que le crecían alas de verdad, sentía que se elevaba, comenzó a oír las sirenas de la ambulancia, y pensó que se trataba del bramido de mil vientos. Cuando lo subieron el estrépito de la sirena casi no le dejaba pensar y se dio cuenta que a sus espaldas le habían salido grandes y poderosas alas con un plumaje de mil colores. Las probó y tras batirlas tres veces, comenzó a sentirse transportado en el aire. La ambulancia que abandonó, quedó delante en su alocada carrera hacia el hospital. Se levantó en el aire de nuevo, lo encontró a Verseseroi en el medio de la plaza desconsolado, se posó a su lado y le dijo: «no llores amigo estoy volando». Cuando levantaba vuelo otra vez, encontró a los esquineros volviendo del susto para ver el sitio del porrazo, les pasó volando al lado, les echó una ráfaga de viento y se fue. Arriba, se encontró con las golondrinas que lo invitaban a ir al norte, con las palomas que le pedían compañía para llevar la correspondencia, con los gorriones que le invitaban a comer al trigal, con los gavilanes que le prometieron enseñarle a planear... El loco volaba y volaba, ya nadie le molestaba, ya nadie le empujaba, pero Verseseroi estaba mal, por más que Perico le aseguraba a diario que el estaba bien. Entonces un día lo tomó de la mano y se lo llevó a volar. Verseseroi ese día también aprendió a sentir lo que sentía el loco. Los esquineros en tanto, recuperaron su habitual cotilleo y estado de ánimo. No se habló más del asunto. El fino Gustroche, como siempre dio la nota final preguntando: ¿Estaban los dos locos?. Sólo carcajadas fueron la respuesta.

1 comentario:

www.poemasparamiamor.blogspot.com dijo...

Me encantó, realmente la gente es cruel con las falencias de alguien y no se miden en lastimar, besito y felicitaciones