miércoles, 31 de octubre de 2007
La mesa vacía
La mesa ubicada en el centro de la sala, quedó vacía. Su paño rojo de tela vasta y gruesa, sucio de puchos y de olores, sus pozos de mil cubiletazos que a esa hora y ese día eran más profundos. Los dados, silenciosos, de los que había que tres o cuatro desparramados sobre la superficie despareja, escapados de su vaso de cuero caído, eran parte de las imágenes que quedaron como mudo testimonio y pintura de una escena ahora triste y sobrecogedora.
Uno, ya no era de la partida. El más alegre y expansivo de los miembros de esa pública y secreta cofradía, que todos los mediodía sentaba sus reales para levantar el brazo una y mil veces, tratando que el dado le entregue ese número ganador, no estaba más. Las amigables y ruidosas protestas, eran cosas del recuerdo, nadie se atrevía a romper el fuego, la mesa permanecía tal como había estado el día anterior. Nadie se había atrevido a vaciar los ceniceros, es que todos querían aferrarse al recuerdo del amigo, tampoco quisieron guardar los dados, ni volver a jugar.
No se escucha el: - Nabito no metés nada. Me estás dejando solo.
Ahora la solitaria es la mesa, que testimonia que el Laucha no está más. La vida se ha llevado su brazo, su alegría, su aflautada y dominadora voz a otra parte, donde tal vez los dados caen siempre del derecho y nunca del revés.
Pero él al derecho o al revés siempre estuvo desparramando alegría y bautizando con una apelativo cariñoso a cuanto pibe se le cruzaba en el camino, de esos que llegaban y llegan al vestuario con la ilusión de alguna vez calzarse la camiseta de bastones negros y blancos de Primera división. Pero antes de eso a su turno, supo ponerse la misma camiseta que añoran ponerse tantos pibes, que como él, andaban con la cara sucia, la pelota bajo el brazo, las canillitas flacas y la picardía a flor de piel.
Arregló radiadores, armó una familia, se desvivió por Blanco y Negro, alegró las fiestas de El Hinojo, se ganó el respeto de todos. Hoy lejos de las risas y las patriadas delante de cualquier delantero, observa todo con los ojos cerrados para siempre, pero viendo que el presente es parte de su pasado. Hoy la mesa está vacía.
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