miércoles, 31 de octubre de 2007
El teléfono del silencio
A los habitantes de este país, parece haberles salido un tumor, ya que a muchos de ellos puede vérseles a la altura de la cintura una pequeña protuberancia, generalmente, negra.
Se la ve tanto en hombres como mujeres, no reconoce clases sociales ni profesiones, está presente tanto en el cuerpo de empresarios, maestros, barrenderos, jardineros, desocupados, señoras y señores de la alta sociedad, mucamas, albañiles etc.
En muchos casos emiten sonidos, que van desde algunas notas de una composición musical famosa, hasta desacompasados y desagradables timbrazos. Si esto ocurre en un lugar colmado de personas, el 90% de ellas bajan la mano hasta la cintura, descuelgan el pequeño tumor y lo miran azorados, uno de ellos sin embargo será el "afortunado" que lo tendrá en una mano por un lapso mas o menos prolongado, mientras que el resto volverá a depositarlo en su sitio, mientras que aquel tocado por la fortuna, tendrá la oportunidad de hacer publica la mitad de una conversación privada, ya que todos, tanto aquellos que lo tienen, como los que no, harán silencio para escuchar lo que no les importa.
Si claro se está hablando de los "benditos" teléfonos celulares que cada vez en mayor medida se van incorporando a las "costumbres argentinas", entonces puede verse de pronto a alguien con una pala en la mano, en medio de un terreno baldío, al cual le faltan cientos de horas de trabajo, muy acaramelado hablando vaya a saber con quien. Bastará también detenerse en un semáforo para ver al automovilista de al lado mirando de reojo, para registrar si alguien lo mira y darse aires de importancia, mientras habla por el celular.
Suenan en el silencio de los cines, en las colas de los bancos, en las mesas de los restaurantes, en las tribunas de fútbol, en las canchas de golf, en las camionetas estacionadas, en las casas vacías, en medio de las plazas, en el momento crucial de una conversación, en la solemnidad de las misas, en el recogimiento de los cortejos fúnebres, en medio del beso apasionado.
No respetan nada, suenan y suenan, son como los ruidos de panza, no se sabe de quien son y si bien nadie deja de reconocer la utilidad que prestan, no se entiende de que sirve que en medio de cualquiera y de tantas otras circunstancias no enumeradas haya gente que llame, para preguntar cosas que bien pueden esperar minutos, horas o días.
De que sirve que en el medio de un almuerzo, suene el celular y se deba atender a alguien que bien pudo haber esperado para resolver su problema, mientras que en el plato se enfría irremediablemente el alimento y la comida queda definitivamente arruinada.
En el diario caminar, se ha podido observar a parejas en un almuerzo supuestamente ¡íntimo, donde ambos teléfono en mano y al oído, conversan con terceros, a personas hablándose a escasos metros unas de otras, pagando por algo que bien pudiera evitarse.
La necesidad de sentirse cerca de los otros se viste de mil formas, pero la urgencia de comunicarse, a veces estropea la vida de los otros y ni hablar de los dolores de estomago que produce leer el monto de la última factura, o la frustración de tener un aparato que no comunica porque la factura está impaga.
La cuestión no tiene solución, los celulares se meten cada vez más y más en la vida, el stress le seguir a los habitantes de esta tierra hasta los lugares más recónditos, pero seguramente el apagar el celular por unas horas y hacer que los problemas se posterguen por un breve período producir la ilusión de que todo está bien, ya que mientras dure ese silencio las estrellas seguramente no se apagarán.
Pero la cosa no concluye allí, cada vez más en el afán de abaratar el chiste han surgido los mensajes de texto. No molestan, son privados, pero si producen cosas. Gente que e4stá conversando y de pronto saca el aparatito, lo abre, se sonríe de forma enigmática, tipo La Gioconda, para durante varios minutos de prestar atención y devuelve el mensaje. Claro que al retomar la conversación el tema que parecía interesante, despareció de la escena y de la mente y lo que supuestamente era una charla animada, termina con un silencio incómodo.
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