sábado, 6 de octubre de 2007

La escopeta y los guantes

La orden del patrón había sido terminante. Hecha en voz tonante, de manera que pocas dudas le cabían, de nada le valdría regresar sin los elementos por él pedidos. Sabía, pese a que hacía apenas tres días que trabajaba con él, que era inflexible en eso de pedir cosas y pretender que sus deseos se cumplan de inmediato, sin chistar y pobre de aquel que no cumpliese.
Oscar, por ello, salió decidido del taller a buscar lo que se requería. Emprendió la caminata con entusiasmo. Salir le permitiría al menos, estar un tiempo sin hacer demasiado y acaso mirar las chicas que a esa hora solían ser muchas las que transitaban por las calles de la ciudad. De todas formas sabía que había que hacer las cosas rápido. Caminó las diez cuadras que lo separaban de la carpintería en la que descansaban los elementos pedidos por el temible Juan Carlos. “Señor vengo a buscar estas cosas”, dijo al tiempo que depositaba en las manos del carpintero el papel con el encargo. El artesano se rascó la cabeza, miró el papel y le dijo: - Mirá, hace un rato vino el herrero Antonio, y se los llevó a su taller, tenía utilizarlos para medir una cuchilla de arado que estaba descalibrada. El entusiasmo de Oscar sufrió un leve golpe. Aún más sabiendo que la herrería no estaba precisamente a la vuelta de la esquina, sino que debía cruzar la ciudad en sentido inverso al que había venido, pasar a media cuadra del taller de Juan Carlos y correr el riesgo de que lo vieran. Seguro una monserga le estaría esperando, por lo que optó por alargar el camino y pasar algo más lejos de lo de su empleador. Al fin, un poco más de caminata le vendría bien. Emprendió nuevamente la marcha con paso firme, decidido a encontrar lo que de él se esperaba y llegar al fin con la orden cumplida. Mientras caminaba, se regodeaba pensando en que cuando apareciese en el taller con el encargo, recibiría al menos una sonrisa. Las 20 cuadras sumadas a las 10 anteriores hicieron su trabajo sobre los pies de Oscar, cuyo entusiasmo comenzaba a sufrir algunos embates. Repitió la escena de la carpintería ante Antonio. El hombre se llevó la mano a la boca para interrumpir lo que parecía un bostezo, al tiempo que en sus ojos se prendía una chispa de picardía. - Mirá, hace un rato terminé de usarlos y se los mandé a Virgilio que los precisaba para tornear el eje de un acoplado. Oscar no lo podía creer llevaba 30 cuadras encima y ahora los dichosos artefactos se alejaban a unas 40 del lugar en que estaba. Empezó a maldecir el haber dejado la bicicleta en su casa, que le quedaba igual de lejos que la tornería y encima muy fuera del camino. Antonio se disculpó ante el joven, diciéndole que si hubiera sabido que Juan Carlos necesitaba las cosas no se las hubiera mandado a Virgilio. Oscar sacó las cuentas: -30 cuadras que llevo hechas, más cuarenta que son las que debo recorrer ahora, más 20 que significarán para volver al trabajo … Le llevaba la cifra a una bonita suma de 12 kilómetros de caminata. Calculó también que el hombre caminando recorre unos cinco kilómetros a la hora, lo que significaban dos horas y fracción de darle duro a las desparejas veredas de la ciudad. En este caso además había que sumarle el cruce de las siempre peligrosas vías del ferrocarril, y las largas cuadras por una avenida con pocas veredas y gente con caras de pocos amigos. La empresa sin embargo no le pareció demasiado riesgosa, si tenía en cuenta que podría llegar a perder el empleo. Para cuando llegó a la tornería, estaba cerrada porque ya era hora de almorzar. Oscar se encontró con la puerta con llave y sin el dueño del taller, lejos de todo y con la orden aún repicando en su mente. No se atrevió a otra cosa que esperar. Resignado, se sentó a la sombra de un árbol que le proporcionó un poco de alivio a su, a esta hora, maltrecho ser, eso sumado al hambre y la sed. Aprovechó también para frotarse un poco las adoloridas piernas. En eso estaba cuando de pronto cayó en la cuenta de un cartel en la puerta de del taller, que anunciaba que el local permanecería cerrado hasta el otro día. Lo que parecía sencillo, de pronto se había convertido en complicado, luego cansador y ahora imposible. A Oscar se le empezaron a caer los pocos hilos de su autoestima y además debería volver a lo de Juan Carlos y explicarle el fracaso de la misión. Seguramente derivaría, cuando menos, en un reto, o peor la pérdida del trabajo que tanto le había costado conseguir. El futuro no parecía ser muy halagüeño. Mientras emprendía el regreso a su destino fatal, Oscar comenzó a sentirse mal …, decididamente mal. Le dolían las piernas, los pies, los tobillos y el cuerpo parecía negarse a recibir ordenes y en vez de caminar hacia delante, parecía empujarlo hacia atrás. En el regreso no se dio cuenta que cerca de él pasó la camioneta de su empleador, con sus compañeros de trabajo. Lo miraron sonrientes, por su estado tan lamentable y a pesar de ello no se detuvieron, ni le ofrecieron llevarlo. Oscar caminó y caminó, hasta que al fin, casi desfalleciente llegó al taller de Juan Carlos, que extrañamente lo esperaba con una vaso de gaseosa, un sándwich y una sonrisa. Cansado asustado, no atinó a preguntar las razones de tantas atenciones. Comió en silencio, cabizbajo mientras el resto de la gente se afanaba en lo suyo. Cerca de la hora de cierre Juan Carlos reunió a todos y los arengó. - Esta mañana me uní a ustedes para hacerle una broma a este joven. Saben que esta broma padecieron casi todos los que están aquí cuando entraron como cadetes”. “Todos salieron a buscar la escopeta y los guantes y la mayoría de ustedes luego del primer fracaso, algunos del segundo, volvieron aquí con las excusas a flor de la boca, para decirme que no habían podido encontrar lo que yo les pedí. Oscar, sin embargo estuvo caminando casi todo el día, y de no ser porque Virgilio se había ido, aún seguiría buscando, con el tesón que muchos de ustedes no tienen”. “Obviamente que se necesita algo más que determinación para cumplir con lo que se les pide, pero lo de Oscar hoy, ha sido un a lección que todos debemos aprender, razón por la cual, mañana que es viernes tenés el día libre y el sábado por la mañana también es tuyo. Pero no creas que por esto tenés el derecho a no venir más, el lunes, cuando vuelvas vas a dejar de hacer mandados y te voy a poner a trabajar en cosas más útiles. Esta es la última vez que alguien que entra a este taller sale a buscar la escopeta y los guantes. Al respecto Oscar te explico que todos, de casi todos los talleres de la ciudad, alguna vez salimos a buscar esas cosas y todos debimos caminar mucho de gusto, pero ninguno hizo lo que vos hiciste. Por eso este premio y esta lección nos viene bien a todos”.

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