Entre las cosas que me tocó vivir recuerdo dos incendios,
uno cuando era adolescente y otro ya en la edad madura. El de la adolescencia
me tuvo como causal y como bombero para extinguirlo, aunque debo aclarar que la
causa fue accidental y no en alguna idea piromaníaca.
Corría un otoño de los años sesenta, en casa estaban
todas las herramientas para sembrar y cosechar. Entre estas últimas, una
máquina cosechadora automotriz Massey Harris 726 de 12 pies de corte de
fabricación inglesa, cuyo motor estaba casi a ras del piso, colocado allí por
quienes diseñaron el implemento, para que tuviera un centro gravitacional bajo
y equilibrado. Pero lo que no tuvieron en cuenta, que justo encima del motor
había una boca de registro, que estaba tapada con una lona, para no permitir
que de allí volasen los deshechos secos de la cosecha y tomasen contacto con el
motor, con lo que significa paja seca sobre una fuente muy grande de calor.
La cuestión es que esa lonita cada tanto, por el uso se
desgastaba y se rompía y el motor recibía una lluvia de elementos secos, como
la maquina se revisaba todos los días, la lona era reemplazada ni bien
presentaba deterioros. Hasta que por fin encontraron un cuero tratado
químicamente del tapizado de los autos, que era resistente al calor y a los
avatares de la máquina y solucionó de forma casi permanente ese inconveniente.
Eso sin embargo no impidió que el motor siguiese estando
en una zona muy vulnerable, por lo que fue necesario colocarle encima una
chapa, para impedir que el constante volar de materia vegetal seca no cayese
directamente sobre las partes el metal caliente.
Ese otoño, mi viejo me ordenó ser el maquinista junto a
un contratista de Huanguelén, Octavio Tesei, para que cosechásemos unas 50
hectáreas de girasol, ubicadas en uno de los potreros más alejados de la casa.
Las plantas de girasol seco, tiene sobre sus tallos una
suerte de cobertura muy fina y que se desprende muy fácilmente, vuela y se
enciende con facilidad si se le acerca una fuente ígnea, por lo que tanto a
Octavio como a mí, nos preocupaba, que por donde hubiese un fierro un poco más
caliente que el resto, esta granza, por llamarle de algún modo, se encendía.
Para evitar esto, optamos por salir a cosechar lo más
temprano posible por la mañana y luego de media tarde hasta la noche, pero eso
no impedía que la granza se hiciera cenizas tanto sobre el motor, como sobre
cualquier otra superficie que estuviese expuesta al sol.
Cuando deteníamos la marcha de la cosechadora, debíamos
controlar que sobre la superficie del rastrojo, no hubiese algún foco de
incendio. Todo dio resultado hasta que se conjugaron una serie de imprevistos
que nos superó.
A media tarde de ese día llegó hasta la máquina el
empleado mensual de casa, Alberto Pérez en un carro tirado por un caballo con
la vianda para la merienda, galleta y mate cocido. Detuvimos la máquina, nos
bajamos, nos pusimos a la sombra de la cosechadora, nos tomamos un descanso de
10 o 15 minutos para beber la infusión y comer un poco de pan.
Terminado este pequeño recreo nos montamos de nuevo en la
cosechadora, Alberto azuzó el caballo y se fue para casa, nosotros no
alcanzamos a dar una vuelta de la melga, cuando debimos parar de nuevo, porque
se nos pinchó uno de los pequeños neumáticos de la parte trasera de la máquina.
Eso impidió que pudiésemos controlar si algo había quedado encendido, al dar la
vuelta o al menos otear desde la altura de la herramienta.
Cuestión que mientras desarmábamos la rueda, pronto vimos
una columna de humo bastante importante. Con Octavio salimos corriendo hacia el
incendio munidos de un par de bolsas mojadas y comenzamos a los latigazos a tratar
de contener el fuego, cerca de lograrlo, vino una ráfaga de viento y lo avivó.
Por lo que Tesei corrió hacia la máquina, colocó la llanta sin la cubierta y
puso la máquina a resguardo.
Mientras tanto desde casa vieron el fuego y mandaron a
Alberto de regreso hasta el lugar donde estábamos, con dos medios tambores, que
llenó de agua al llegar al molino que provee de agua a ese sector y con bolsas
que colocó dentro para que al agua no se
derrame, sin saber que nos servirían para apagar el fuego, llegó hasta donde
estábamos nosotros. El viento había dejado de soplar las llamas se habían
achicado mucho, por lo que los tres a bolsazos en una hora más o menos
terminamos con el incendio.
Hoy a la distancia no dejo de sentirme orgulloso por
haber combatido eficazmente el incendio y también reflexiono acerca del peligro
a que estuvimos expuestos.
A pesar de lo dramático de la situación, cuando llegaba
Alberto con la ayuda que tanto necesitábamos, no pudimos dejar de reírnos al
ver el caballo a galope tendido, arrastrando el carro a los saltos por el medio
del campo.
El segundo incendio de esta recordación, ocurrió mucho
más acá en el tiempo, en los años ochenta. Tal como ocurría cada vez que un
grupo de amigos programábamos una excursión de pesca a la bahía Blanca. Nos
levantábamos muy temprano y partíamos con destino a Arroyo Pareja en la vecindad
de Punta Alta, donde en el viejo puerto abandonado del lugar, tomábamos una
lancha de importantes dimensiones, que nos llevaba hasta pequeños canales,
llenos de peces hambrientos que sucumbían ante nuestros anzuelos, y luego nos
servían para comer pescado en nuestras casas durante varios días y en formas
muy variadas.
Llegamos a Arroyo Pareja, poco después atracó la lancha
Islas Noel y cuando estábamos por abordarla, el patrón de la misma, indicó que
el motor no estaba sonando bien, por lo que iría a buscar a su apostadero a la
Skipper 4, mucho más moderna y eficiente.
Nos quedamos por ello alrededor de una hora esperando que
llegue la nueva embarcación. Apurados subimos nuestros bártulos cuando al fin
atracó la Skipper de modo de perder la menor cantidad de tiempo posible, que
poco después zarpó rauda.
Pero cuando estábamos en el medio de la ría, la lancha se
paró y podíamos sentir un raro olor, al tiempo que veíamos surgir de las
entrañas de la embarcación, finos hilos de humo, además en partes la cubierta
estaba muy caliente. El patrón echó el ancla y uno de nuestros compañeros, Hugo
Massi, que había tenido experiencia en
un incendio de un material similar al que recubría nuestro transporte marítimo,
dio la vos de alerta, “Esto se está quemando”. El patrón discutía que no, por
lo que nuestro compañero debió convencerlo desesperado de tomar una acción al
respecto.
Abrieron la escotilla del compartimento de los motores y
de allí salía humo, por lo que de inmediato Hugo, quien había dado la voz de
alarma, se metió allí y pidió desesperado que le alcancemos baldes con agua.
Tras hacer un pasamano unos diez o 20 baldazos más tarde el fuego había sido
controlado.
Casi todos respiramos tranquilos por haber superado la
contingencia, pero allí estábamos en el medio de la bahía. Sin energía y sin
potencia. Había si suficiente electricidad como para hablar por radio con la
base de la lancha y pedir el auxilio, que llegó después de una larga espera, ya
cerca del mediodía.
Algunos, los que estábamos más tranquilos, mientras
esperábamos el auxilio, decidimos que era muy buen momento para pescar y eso
hicimos. Comprobamos que había una fuerte correntada y que era necesario como
medio kilo de plomada para hundir el anzuelo hasta el fondo, unos cuatro cinco
metros debajo de la lancha.
Uno de nuestros compañeros, al que nunca le sobró mucho
valor para navegar y que a pesar de
ellos siempre nos acompañó, se asustó mucho. Viéndolo así todos bromeaban con
él. Alguno le dijo, “no te aflijas que a medida que se hunda el barco, el fuego
se irá apagando”.
Mientras este muchacho estaba cada vez más asustado, los
que optamos por pescar tuvimos mucha suerte, el que más la tuvo fui yo que
saqué una corvina inmensa, me costó horrores izarla a la embarcación.
Cuando al fin llegó el auxilio, debimos levar el ancla a
pulso, trasbordamos a la Islas Noel, que remolcó el Skipper hasta una boya
donde la amarraron. Volvimos a la orilla para que quien había hecho el auxilio
vuelva su trabajo en la base naval. También bajó nuestro compañero híper
asustado que abandonó la pesca.
El Islas Noel volvió a poner proa Bahía adentro, mientras
preparaban el almuerzo y en vez de tener un día completo de pesca, solo
pescamos por la tarde, pero al fin un final feliz para una accidentada
excursión. Nos enteramos más tarde que el incendio fue provocado por un grueso cable
de una de las baterías que toco contra un hierro desnudo y provocó un
cortocircuito.
Por suerte para nosotros, pudimos evitar lo que pudo
haber sido una catástrofe, porque Hugo Massi había tenido experiencia con un
incendio similar al que se había desatado en el Skipper IV.
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