jueves, 8 de febrero de 2018

Dos incendios



Entre las cosas que me tocó vivir recuerdo dos incendios, uno cuando era adolescente y otro ya en la edad madura. El de la adolescencia me tuvo como causal y como bombero para extinguirlo, aunque debo aclarar que la causa fue accidental y no en alguna idea piromaníaca.
Corría un otoño de los años sesenta, en casa estaban todas las herramientas para sembrar y cosechar. Entre estas últimas, una máquina cosechadora automotriz Massey Harris 726 de 12 pies de corte de fabricación inglesa, cuyo motor estaba casi a ras del piso, colocado allí por quienes diseñaron el implemento, para que tuviera un centro gravitacional bajo y equilibrado. Pero lo que no tuvieron en cuenta, que justo encima del motor había una boca de registro, que estaba tapada con una lona, para no permitir que de allí volasen los deshechos secos de la cosecha y tomasen contacto con el motor, con lo que significa paja seca sobre una fuente muy grande de calor.
La cuestión es que esa lonita cada tanto, por el uso se desgastaba y se rompía y el motor recibía una lluvia de elementos secos, como la maquina se revisaba todos los días, la lona era reemplazada ni bien presentaba deterioros. Hasta que por fin encontraron un cuero tratado químicamente del tapizado de los autos, que era resistente al calor y a los avatares de la máquina y solucionó de forma casi permanente ese inconveniente.
Eso sin embargo no impidió que el motor siguiese estando en una zona muy vulnerable, por lo que fue necesario colocarle encima una chapa, para impedir que el constante volar de materia vegetal seca no cayese directamente sobre las partes el metal caliente.
Ese otoño, mi viejo me ordenó ser el maquinista junto a un contratista de Huanguelén, Octavio Tesei, para que cosechásemos unas 50 hectáreas de girasol, ubicadas en uno de los potreros más alejados de la casa.
Las plantas de girasol seco, tiene sobre sus tallos una suerte de cobertura muy fina y que se desprende muy fácilmente, vuela y se enciende con facilidad si se le acerca una fuente ígnea, por lo que tanto a Octavio como a mí, nos preocupaba, que por donde hubiese un fierro un poco más caliente que el resto, esta granza, por llamarle de algún modo, se encendía.
Para evitar esto, optamos por salir a cosechar lo más temprano posible por la mañana y luego de media tarde hasta la noche, pero eso no impedía que la granza se hiciera cenizas tanto sobre el motor, como sobre cualquier otra superficie que estuviese expuesta al sol.
Cuando deteníamos la marcha de la cosechadora, debíamos controlar que sobre la superficie del rastrojo, no hubiese algún foco de incendio. Todo dio resultado hasta que se conjugaron una serie de imprevistos que nos superó.
A media tarde de ese día llegó hasta la máquina el empleado mensual de casa, Alberto Pérez en un carro tirado por un caballo con la vianda para la merienda, galleta y mate cocido. Detuvimos la máquina, nos bajamos, nos pusimos a la sombra de la cosechadora, nos tomamos un descanso de 10 o 15 minutos para beber la infusión y comer un poco de pan.
Terminado este pequeño recreo nos montamos de nuevo en la cosechadora, Alberto azuzó el caballo y se fue para casa, nosotros no alcanzamos a dar una vuelta de la melga, cuando debimos parar de nuevo, porque se nos pinchó uno de los pequeños neumáticos de la parte trasera de la máquina. Eso impidió que pudiésemos controlar si algo había quedado encendido, al dar la vuelta o al menos otear desde la altura de la herramienta.
Cuestión que mientras desarmábamos la rueda, pronto vimos una columna de humo bastante importante. Con Octavio salimos corriendo hacia el incendio munidos de un par de bolsas mojadas y comenzamos a los latigazos a tratar de contener el fuego, cerca de lograrlo, vino una ráfaga de viento y lo avivó. Por lo que Tesei corrió hacia la máquina, colocó la llanta sin la cubierta y puso la máquina a resguardo.
Mientras tanto desde casa vieron el fuego y mandaron a Alberto de regreso hasta el lugar donde estábamos, con dos medios tambores, que llenó de agua al llegar al molino que provee de agua a ese sector y con bolsas que colocó dentro  para que al agua no se derrame, sin saber que nos servirían para apagar el fuego, llegó hasta donde estábamos nosotros. El viento había dejado de soplar las llamas se habían achicado mucho, por lo que los tres a bolsazos en una hora más o menos terminamos con el incendio.
Hoy a la distancia no dejo de sentirme orgulloso por haber combatido eficazmente el incendio y también reflexiono acerca del peligro a que estuvimos expuestos.
A pesar de lo dramático de la situación, cuando llegaba Alberto con la ayuda que tanto necesitábamos, no pudimos dejar de reírnos al ver el caballo a galope tendido, arrastrando el carro a los saltos por el medio del campo.

El segundo incendio de esta recordación, ocurrió mucho más acá en el tiempo, en los años ochenta. Tal como ocurría cada vez que un grupo de amigos programábamos una excursión de pesca a la bahía Blanca. Nos levantábamos muy temprano y partíamos con destino a Arroyo Pareja en la vecindad de Punta Alta, donde en el viejo puerto abandonado del lugar, tomábamos una lancha de importantes dimensiones, que nos llevaba hasta pequeños canales, llenos de peces hambrientos que sucumbían ante nuestros anzuelos, y luego nos servían para comer pescado en nuestras casas durante varios días y en formas muy variadas.
Llegamos a Arroyo Pareja, poco después atracó la lancha Islas Noel y cuando estábamos por abordarla, el patrón de la misma, indicó que el motor no estaba sonando bien, por lo que iría a buscar a su apostadero a la Skipper 4, mucho más moderna y eficiente.
Nos quedamos por ello alrededor de una hora esperando que llegue la nueva embarcación. Apurados subimos nuestros bártulos cuando al fin atracó la Skipper de modo de perder la menor cantidad de tiempo posible, que poco después zarpó rauda.
Pero cuando estábamos en el medio de la ría, la lancha se paró y podíamos sentir un raro olor, al tiempo que veíamos surgir de las entrañas de la embarcación, finos hilos de humo, además en partes la cubierta estaba muy caliente. El patrón echó el ancla y uno de nuestros compañeros, Hugo Massi,  que había tenido experiencia en un incendio de un material similar al que recubría nuestro transporte marítimo, dio la vos de alerta, “Esto se está quemando”. El patrón discutía que no, por lo que nuestro compañero debió convencerlo desesperado de tomar una acción al respecto.
Abrieron la escotilla del compartimento de los motores y de allí salía humo, por lo que de inmediato Hugo, quien había dado la voz de alarma, se metió allí y pidió desesperado que le alcancemos baldes con agua. Tras hacer un pasamano unos diez o 20 baldazos más tarde el fuego había sido controlado.
Casi todos respiramos tranquilos por haber superado la contingencia, pero allí estábamos en el medio de la bahía. Sin energía y sin potencia. Había si suficiente electricidad como para hablar por radio con la base de la lancha y pedir el auxilio, que llegó después de una larga espera, ya cerca del mediodía.
Algunos, los que estábamos más tranquilos, mientras esperábamos el auxilio, decidimos que era muy buen momento para pescar y eso hicimos. Comprobamos que había una fuerte correntada y que era necesario como medio kilo de plomada para hundir el anzuelo hasta el fondo, unos cuatro cinco metros debajo de la lancha.
Uno de nuestros compañeros, al que nunca le sobró mucho valor  para navegar y que a pesar de ellos siempre nos acompañó, se asustó mucho. Viéndolo así todos bromeaban con él. Alguno le dijo, “no te aflijas que a medida que se hunda el barco, el fuego se irá apagando”.
Mientras este muchacho estaba cada vez más asustado, los que optamos por pescar tuvimos mucha suerte, el que más la tuvo fui yo que saqué una corvina inmensa, me costó horrores izarla a la embarcación.
Cuando al fin llegó el auxilio, debimos levar el ancla a pulso, trasbordamos a la Islas Noel, que remolcó el Skipper hasta una boya donde la amarraron. Volvimos a la orilla para que quien había hecho el auxilio vuelva su trabajo en la base naval. También bajó nuestro compañero híper asustado que abandonó la pesca.
El Islas Noel volvió a poner proa Bahía adentro, mientras preparaban el almuerzo y en vez de tener un día completo de pesca, solo pescamos por la tarde, pero al fin un final feliz para una accidentada excursión. Nos enteramos más tarde que el incendio fue provocado por un grueso cable de una de las baterías que toco contra un hierro desnudo y provocó un cortocircuito.
Por suerte para nosotros, pudimos evitar lo que pudo haber sido una catástrofe, porque Hugo Massi había tenido experiencia con un incendio similar al que se había desatado en el Skipper IV.


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