Me crie entre las herramientas de mi padre un productor
agrícola que además del trabajo específico de labranza, siembra y cosecha, le
gustaba la mecánica y de allí que la mayoría de los arreglos y pequeñas
modificaciones necesarias para adaptar las mismas a las necesidades
particulares de cada cultivo se hacían en casa. De modo que una herrería hacía las delicias de mis manos de niño, afecto a tomar martillos,
tenazas pinzas, llaves y cuanto elemento hubiese para “arreglar” mis cosas, lo
que generalmente desarreglaba los trabajos pacientes de mi padre y mi hermano.
Tanto fue mi amor a las herramientas que en cierta
ocasión en un viaje a Buenos Aires, exigí que como regalo me compren una llave
de tuercas fija, que le sirvió mucho mejor a mi padre que a mí, pero la llave
era mía y por ende la llave de Felix.
Dos tractores, un acoplado, grande, un camión, dos
carros, un arado de discos, varios cuerpos de rastras de dientes, un rolo
desterronador, un carro grande y dos más
pequeños con llantas de hierro, sobrevivientes del trabajo con caballos, dos
cosechadoras, una casilla y además de infinidad de herramientas de mano, eran
los fierros con los que conviví en mi infancia.
Mi padre trabajaba
en sociedad con un tío y cuando se disolvió el vínculo hubo que reacomodar el
parque de herramientas, ya que en la división, algunas fueron para mi viejo y
otras para mi tío.
Una de las cosas que quedaron en manos del tío fue la
casilla. Una especie de casa de chapas de ruedas petizas que eran enterradas,
al llegar al lugar de trabajo y no tenía piso. El elemento en cuestión, era
apenas un refugio contra el viento, ya
que en verano no se podía estar por el calor y en invierno se helaba hasta el
aliento. Me detengo en este carruaje tal vez el más insignificante ya que una
casilla que tuvo en mi niñez una importancia central.
Cuando se disolvió la sociedad mi viejo compró dos
tractores, un Fahr de 30HP que mi hermano condujo desde Buenos Aires a Ombú,
tras su compra y un Lanz comprado en Coronel Suárez al agente, la casa Zilio.
Mi amor por los fierros era tan grande que el día que
llegó el Lanz a casa, llegó también mi primera bicicleta, pero embalado por el
tractor, a la bicicleta casi ni la miré, para decepcionar a mi padre que se
había ilusionado con mi alegría, pero mi atención estaba dirigida un 100% a la
ruidosa y espectacular herramienta.
También compraron el chasis de lo que iba a ser la
casilla modelo, ya que su estructura se iba a construir en casa. Tardó varios
años en realizarse pero finalmente con mucho trabajo se fueron soldando los
fierros, pegadas las chapas de afuera, le colocaron lana de vidrio entre la
pared de chapa exterior y el interior de chapadur, se le hizo una división,
para separar el dormitorio de la cocina, un tanque para agua corriente en fin,
todo un progreso si se la compara con la otra vieja más un galponcito que otra
cosa.
Me costó mucho insistirle a mi hermano Vito para que me
enseñe a manejar el Fahr y fue ese el primer vehículo que manejé en mi vida y
el hecho también se convertiría en un hito de infancia.
En la primavera de 1957, había que ir a sembrar un
girasol en la estancia La Larga a unos 50 kilómetros de donde vivíamos. Dos
días antes de llevar todo el campamento al lugar de la cosecha, cayeron en la
cuenta que iba a faltar un chofer. Ya que el camión, el tractor grande y la
camioneta (una estanciera) de la familia, ocupaban a todos los que estaban
disponibles, por lo que… ¿Yo tengo que manejar el Fahr? tenía 10 años y un
miedo visceral para cumplir la tarea. Ya que una cosa fue manejar en el patio y
otra muy distinta un viaje de más de 50 kilómetros.
Mi padre y mi hermano se encargaron con paciencia de
explicarme por qué tenía que ser yo y por qué el tractor más chico y que no
había nadie, para hacer la tarea.
Insistieron y finalmente lograron convencerme. Argumentaron
que no era peligroso, que había que ir muy despacio, que me iba a acompañar don
Cosme Bauza, uno de los socios de mi viejo, mientras mi madre, una de mis
hermanas (Yvonne) y Angela, una amiga de Yvonne (que luego se convertiría en la
esposa de mi hermano) miraban serias, pero no contradecían a los hombres de la
casa.
Cuestión es que una mañana temprano salió la caravana
rumbo a su destino, el camión, el tractor Lanz y yo con el Fahr, la casilla detrás y más atrás un
acopladito marca Fama con combustible y algunas otras cosas necesarias para la
siembra. Al pasar por Huanguelén don Cosme se subió al tractor y se completó la
tripulación, el cocinero en la casilla Cosme y yo.
El camino, no tenía asfalto en ninguno de sus tramos, de
modo, que a la lenta marcha del tractor, hubo que sumarle más lentitud, para no
romper nada, encima el camino estaba muy abovedado porque había cuadrillas de
vialidad trabajando con palas tiradas por caballos haciendo un terraplén, que
impediría que en el futuro, el camino se convierta en un río, como sucedía cada
vez que llovía.
Pasamos Otoño, sin novedad, hasta que don Cosme me advirtió
que detrás nuestro había un vehículo que nos quería pasar. Por el ruido no
entendí sus palabras por lo que me di vuelta para oír, mi movimiento giró
levemente el volante y el tractor amagó a bajarse por la derecha del terraplén,
corregí enseguida, pero la casilla se volcó, por el desnivel, con el cocinero
que viajaba en ella.
Quiso la madre fortuna que nada se rompiese, que el hombre,
previniendo el tema se apoyó contra uno de los costados y se acostó junto a la
casilla. Para lamentar: hierros torcidos, un vidrio roto y nada más.
La gran pregunta ahora era: ¿Qué hacemos? El resto de la
caravana se había adelantado y lejos estaban de sospechar el inconveniente que
se nos había presentado.
Mientras daba vueltas desesperado sin atinar que hacer
sólo con mis pensamientos, ya que Bauza y el cocinero eran mucho más legos que
yo en la materia. Desesperado no me animaba a hacer nada. Hasta que pocos
minutos después llegó un tractor que también iba hacia un trabajo y el
tractorista, un hombre grande y la gente que se fue agolpando, resolvieron el
tema, engancharon la casilla del chasis, tiraron para ponerla sobre las cuatro
ruedas con el tractor y me instruyeron para que ni bien quede parada, mueva mi
Fahr hasta nivelarla y que no se vuelque de nuevo. Así se hizo y tras hacer
ataduras de emergencia para enganchar casilla y acoplado, continuamos viaje.
Don Cosme decidió que su actuación sobre el tractor había
sido muy pobre, por lo que hizo el resto del viaje en la casilla. Pero aún
quedaba mucho trecho por delante, al llegar a Louge, doblamos a la izquierda,
por un camino inundado. Si antes se iba despacio, ahora mucho más, hasta que al
fin del camino, se abría una tranquera donde estaba el resto del equipo,
esperando ansiosos nuestra llegada, más extrañados que alarmados por la
tardanza.
Allí se enteraron de lo que nos había sucedido y tras
preocuparse por nuestra salud, que no había sido afectada, almorzamos.
Aquí mi memoria se corta, porque no recuerdo como ni con
quien volví a casa, ni donde realmente terminó el viaje. Pero el vuelco quedó
definitivamente grabado en mi memoria. Entonces tenía apenas 10 años cumplidos
hacía muy poco.
1 comentario:
Hermosa historia Felix y muy bien escrita por cierto. Beba
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