No hay peor cosa para el alma que en determinadas
ocasiones sentirse más que impotente, ante un hecho fortuito. Hace unos días,
salía de casa para pasar la noche buena en compañía de mi familia en el campo
junto a mi hermana y parte de su familia.
Tras batallar un largo rato con el eterno femenino que nunca está listo en el
tiempo que uno pretende, llegó la hora de partir, como hay una alarma fui el
último en salir, activé el dispositivo, cerré la puerta, tiré de la cinta del
llavero que siempre tiene mis llaves adosadas, en uno de sus extremos para
girar la cerradura y… oh sorpresa, sólo saqué la mitad del broche que prolonga
la cinta hasta el aro con los llaves.
“Hija: Dame las llaves que te di hace un rato”
“No las tengo Pa. Las dejé arriba de la mesa”
Entre la mesa y yo había apenas unos 7 metros, pero entre
la mesa y yo estaba la puerta cerrada y sin posibilidades de accionar ningún
picaporte porque no los tiene, sólo la abre la llave.
“¿Vos tenés una llave?, le pregunto a mi mujer con la
peregrina esperanza de que ella tan previsora siempre, tuviese una llave en la
cartera. La esperanza duró lo que se tarda en decir: No.
Miré el llavero, cuyo broche era lo más parecido a un muñón,
más que inútil. Sólo servía para que lo contemple. Mientras mi mente echaba
mano a las habilidades de cerrajero que una vez fui. Sudando como un beduino
logré pocos minutos después, unos 20, abrir la puerta echando mano a uno de
tantos recursos que fueron habituales en mi vida al frente del negocio.
Al fin con la puerta cerrada como corresponde, subimos al
auto y emprendimos el viaje para desembocar en una celebración navideña a la
luz de las velas en mi terruño natal, en compañía de mi familia, dos hijas, un
yerno y mi mujer, más mi hermana, una de sus hijas su yerno, sus cuatro hijos y
un amigo que estaba muy sólo y que tuvo la posibilidad de celebrar con
nosotros.
Una de las hijas de mi sobrina, tiene apenas 7 años y aún
no descubrió cual es la verdadera esencia de Santa Claus y su presencia en la
gran mayoría de los hogares cristianos a la medianoche que divide a los días 24
y 25 de diciembre. De modo que sus gritos de alegría al comprobar la llegada
del hombre del trineo con los regalos debidamente rotulados, fueron para todos momentos
emocionantes y especiales. Acaso sea la última vez en su vida que se sorprenda
con el hecho navideño y sus miles de preguntas sobre la magia de la Navidad finalmente
desemboquen en el saber que ha sido su familia la proveedora de tanta dicha.
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