viernes, 18 de julio de 2008
Carlos Silvio Yiyo Hijano, vuela su pasión por la eternidad
Cuáles serían las ilusiones de Carlos Silvio Yiyo Hijano al llegar a este mundo del cual se acaba de ir volando, tal como lo hizo a lo largo de su vida. Acaso el niño nacido en Pigüé en 1922 haya visto volar un pájaro, o tal vez haya observado una de esas primitivas cajas cuadradas que surcaban el aire y que pomposamente se llamaban aviones, lo que lo llevó a querer imitarlos.
Lo cierto es que al salir del Colegio La Salle de Pigüé con su título secundario bajo el brazo, las opciones que se le abrían en cuanto a trabajo eran las por todos conocidas, es decir, un banco, un comercio, o una administración, todas ellas le hubiesen significado atarse a la tierra y encerrase dentro de cuatro paredes y asomar a la ventana para ver el sol esquivo.
Pero su primer trabajo fue en el Aero Club Pigüé cuando apenas tenía 15 años, lo que pronto lo impulsó a seguir el curso de piloto y con ello encontró la profesión que marcaría su vida definitivamente. Claro que ser piloto y volar solamente, resultaba poco. Había que ser más y ese más fue hacer en 1945 el curso de instructor de manera de convertirse en formador de pilotos.
Mientras hacia ese curso supo lo que era ver de cerca un final anticipado, cuando el avión que tripulaba junto a un colega se precipitó a tierra tras tocar las copas de algunos árboles. Entonces su compañero falleció y él estuvo varios meses recuperándose de sus heridas, de las cuales una de sus piernas siempre se las recordó, pero ello no le impidió llevar adelante su pasión por el vuelo, porque al fin era su manera de elegir libremente su destino.
Esa actividad primero lo llevó a Mar del Plata, luego a Corrientes hasta que recaló en Coronel Suárez donde sus alas echarían raíces definitivamente.
Su trabajo de instructor de vuelo duró hasta 1958, cuando renunció, pero ya siendo inspector de vuelo, designación que le había llegado poco antes, pero, como ya había iniciado su propia empresa de fumigaciones decidió que lo mejor era dedicarse a ellos con exclusividad, pues a pesar de ser entonces una actividad incipiente, se le abría mucho campo para su desarrollo y no se equivocó en su elección.
Al momento de dejar su actividad de instructor habían pasado por sus manos 200 alumnos que se convirtieron a su vez en el testimonio de las bondades de sus métodos y su calidad de persona.
Cuando llegó la hora de poner definitivamente los pies sobre la tierra, porque así lo aconsejaba su salud y el inexorable tiempo que obliga a todos a ser más prudentes y sedentarios, llevaba registradas 23.500 horas de vuelo. "En el aire uno siente la libertad”, declaró alguna vez lo que explica ese impresionante número.
Con ese sencillo pensamiento explicó cuál era su sentimiento al treparse a la cabina de una aeronave, fijar su atención en la puesta en marcha, chequear que todo esté bien, tomar la punta de la pista y mandar el acelerador para adelante, sostener el timón de profundidad para esperar que el aire, la velocidad y la potencia hagan que al fin el aparato deje la tierra, para recorrer los vericuetos de las nubes y el cielo y darle a él ese sentimiento de libertad, que dijo sentir.
Hoy Yiyo Hijano está seguramente probando los motores de aeronaves mucho más sofisticadas y sencillas de manejar, fumigando terrenos etéreos e infinitos, enseñando a alumnos que no tienen el tiempo contado, ni la urgencia de levantar vuelo, simplemente están con la misma libertad que dijo sentir.
Hoy sus aviones no tienen la marca Piper, Cessna o Fokker, los que alguna vez piloteó. Tienen la marca y la impronta de ser uno y de ser todos a la vez. Detrás de él quedan sus hijos, sus nietos, su familia, sus alumnos y todos los que alguna vez supieron de su bondad de su paciencia y de su espíritu de buen amigo. Además el vuelo que emprendió tiene ese destino incierto y una llegada no tiene tiempos ni apuros, es un vuelo eterno junto a todos los que alguna vez quiso y sigue queriendo.
Por todo ello entonces acaso sea fácil transportarse hasta su corazón de niño y donde sus brazos se convirtieron en alas, sus pasiones en vuelo y donde su libertad fue siempre despegarse del suelo.
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